Capítulo 2

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Aidan

Ilan entró a mi consultorio, aún llevaba las vendas que le habían puesto cuando estuvo internado. Me levanté sonriéndole, él rápidamente se acercó a mí con la misma seriedad del primer día, le extendí la mano, la cual estrechó. Volví a sentarme invitándolo a que él también lo hiciera, dejó su mochila al lado de la silla, se sacó el abrigo y lo puso en el respaldo del asiento.

—¿Cómo has estado? —pregunté cuando se acomodó—. ¿Cómo han estado tus heridas?

Se encogió de hombros.

—Estoy bien.

—No parece que estés muy bien —me levanté y me acerqué a la cafetera—. Cuéntame que ha pasado —me giré antes de que contestara algo—. ¿Tomas café? —asintió, serví dos tazas de café y las coloqué en mi escritorio—. Debes tener frío, esto te hará entrar en calor.

—Gracias, doctor.

Le dio un sorbo al café. Saqué mi silla de donde estaba y la puse junto a la de Ilan, acerqué mi cuaderno e hice una anotación rápida.

—Puedes llamarme por mi nombre, no tenemos mucha diferencia de edad —simplemente asintió dándole otro sorbo a su café—. ¿Me quieres contar algo? —negó con la cabeza, esta vez el que suspiró fui yo; parece que no será nada fácil hacerlo hablar—. ¿Cómo están tus heridas? ¿Aún te duelen? —pregunté escribiendo unas pocas palabras en mi cuaderno.

—Un poco. Ivana, la empleada de mi casa, se ha ocupado de revisarlas todo el tiempo —se volvió hacia mí—. ¿De qué se supone que tengo que hablar en las sesiones? Nunca he estado en un psicólogo.

Tomé un sorbo de mi café antes de que se enfriase, dejé la taza en el escritorio y me acomodé en mi asiento.

—En principio, puedes hablarme de lo que quieras, de lo que te moleste, de lo que te haya pasado en el día, de tus pensamientos, pero sería ideal empezar por lo que te sucedió. Me gustaría que me hables de porqué te has herido de esta manera —desvió la mirada de mi rostro, dejó la taza en el escritorio soltando un suspiro—. Tu madre me ha pedido que te trate por lo que ha sucedido, quiere que saques aquello que te aqueja para que no vuelvas a hacerte daño —me acerqué un poco más a él.

—Estoy seguro de que quiere hacer de cuenta que le importo para que no se sienta tan mal en su lecho de muerte solo por no haberme prestado atención durante todo este tiempo.

Comencé a anotar lo que me había dicho; bien, uno de los problemas era su madre.

—¿Todo éste tiempo? —asintió—. ¿De cuánto tiempo hablas?

—Diecinueve años —su edad—. Casi no estuvo en mi casa por su trabajo. Ivana es más mi madre de lo que lo fue ella.

Noté que por sus mejillas comenzaban a resbalar unas cuantas lágrimas, rápidamente bajó la mirada a sus manos, tomé un par de pañuelos y se los extendí.

—¿Te sientes solo? —asintió comenzando a sollozar, solté un pequeño suspiro y me acerqué a él—. Tranquilo, Ilan, cálmate un poco.

Acaricié su cabello, se acercó a mí y me abrazó, correspondí al abrazo aunque no fuera del todo profesional. Sentí que debía salirme de mi profesionalidad y consolarlo. Colocó su cabeza en mi pecho sollozando todavía, acaricié su cabello intentando tranquilizarlo

—Escucha, Ilan, sé que todo esto te lastima, pero necesito que hables conmigo para poder ayudarte —lo separé un poco de mí para mirarlo—. Si no sacas todo eso que te hace llorar no estarás bien nunca —tomé uno de los pañuelos de su mano y sequé con cuidado sus lágrimas—. Por hoy podemos concluir la sesión, pero el lunes quiero que hables conmigo. También puedes mandarme mensajes o llamarme si necesitas hablar de algo, tienes mi número —me miró unos instantes con los ojos aún llenos de lágrimas—. Escúchame, no suelo hacer esto con pacientes, menos si son tan jóvenes como tú, pero si quieres podemos ir mañana a tomar un café y me hablas de lo que sucede en tu familia.

Broken BoyWhere stories live. Discover now