Oasis Nocturno

Mírame, allí estoy

Omeg/Adán se desarrolló en una familia feliz. Jamás llegó a cuestionar el rumbo de su vida y mucho menos desarrolló lapsos depresivos. Respiraba amor hacía todo lo que se interponía en su camino. A pesar que disfrutaba de una buena salud mental, sus otros órganos no compartían esa misma suerte.

A diez días del cumpleaños de su hija Maraty, el cuerpo de Omeg cerró sus ojos para siempre en el hospital de la ciudad. Y sí, así fue como Adán hizo el viaje más extraordinario que jamás pudo haberse imaginado. Navegó y se embarcó en el mismísimo cosmos.

Exploró todos los planetas habitables, transformándose física y mentalmente en cada uno de ellos.

Los colores que Adán presenció en sus incontables vidas eran únicos e irrepetibles.

Entonces, llegó un momento, un instante en el tiempo donde esos colores se reunieron frente a sus ojos, como un proyector desglosando miles de fotografías, hasta fusionarse en un solo fotograma de un solo color.

No era azul.

Tampoco blanco.

Los colores se fundieron con una precisión tal que Adán renació una vez más. Aunque en esta ocasión carecía de pulmones, piernas y oídos para escuchar música; sin embargo, poseía piel. Estaba envuelto con un plasma que irradiaba una luz poderosa. Adán se convirtió en un resplandeciente globo del color más hermoso que jamás podrías presenciar con los ojos de la raza humana.

Adán flotaba en el universo, y la vista era espectacular.

De saber lo que vendría a continuación ¿Adán tendría las respuestas a todas esas preguntas que se hizo en la terraza?

De ser así, hubiera dicho que no podremos leer el concepto de lo que se siente estar muerto. Y que, así como no recordamos cuando nacimos, tampoco recordaremos cuando nos tocó partir. Que la vida y la muerte son una sola verdad experimentando la expansión de su arte. Una conciencia distinguiendo cada posibilidad, al mismo tiempo.

¿Existe un creador? Lo más probable es que diría que sí, que tenemos tanto poder en nuestras manos que pareciera que nos cegáramos ante su resplandor.

Aprendería a celebrar sus triunfos sin importar sus tamaños.

Amarse.

Se vería en el espejo y lo llenaría de cumplidos.

Convertiría su estadía en el planeta tierra en una gran experiencia, porque estamos hechos de un poder infinito que no puede morir; se mezcla con facilidad, se transforma y no teme en expandirse. Y lo mejor de todo es que está en nuestras manos. Tan cerquita. Tan aquí. Tan ahora.

A trescientos millones de años del nacimiento de la estrella Adán, un peculiar instante llegó.

Adán sintió curiosidad por un destello azulado flotando en el vasto cosmos. Estibó a una persona dentro de aquella esfera, quien le devolvía la mirada estando apoyado en una camioneta. Contemplaba a Adán como si hubiese echado de menos ese encuentro. Un secreto que no compartiría con nadie.

A Adán se le hizo imposible no deducir que algo necesitaba, así que brilló aún más. Después de todo, era lo único que sabía hacer. La persona sonrió al atrapar el guiño resplandeciente del espejo puesto en el cielo. No lo sabía, pero esa personita se estaba cautivando así mismo; Lo que fue, lo que es y lo que será.

Las montañas envolvían los últimos rayos del sol y el manto negro de la noche los reunía de nuevo. No importaba dónde se encontrara esa persona, siempre alzaba la mirada al cielo nocturno para que su corazón se iluminara con aquel punto de luz titilante en el medio del firmamento.

Poster: