En Vivian

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La Abadesa entró en el aposento en el instante que un relámpago rasgó el cielo e iluminó el llamado salir de su boca:

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La Abadesa entró en el aposento en el instante que un relámpago rasgó el cielo e iluminó el llamado salir de su boca:

—Te necesitamos.

La monja Vivian suspendió sus plegarias ante el altar, y la Abadesa se acercó para reposar una mano sobre su hombro.

—El obispo requiere de tu ayuda. Sé que pocas cosas te sorprenden y temo que esta es una de esas decepciones.

—No es una decepción cuando ya aceptas que es una rutina —Vivian se persignó antes de ponerse de pie.

A continuación, se incorporaron en los corredores del convento y echaron a andar a prisa. Las nubes de esa noche se habían extendido por los cielos, incentivando a las sombras a cubrir las ventanas con una húmeda incertidumbre.

«El señor está contigo», «Dios es grande y tú también» se topaban con monjas que no perdían la oportunidad de bendecir el porvenir de Vivian, quien, junto a la Abadesa, atravesaban los jardines del claustro para acortar camino. Los azotes del viento sacudían sus hábitos y la intuición de que, a partir de esa noche, la luna mostraría su otra cara.

En el transepto de la pequeña iglesia se reunían un grupo de hombres calvos y vestimentas litúrgicas. Uno de ellos se persignó de forma mecánica al decir:

—¿Es eso posible, su excelencia? 

El obispo asintió con pesadez, tal parecía que el cuento lo había echado en repetidas ocasiones.

—Sí, así es. Así es.

—¿Pero dentro del cuerpo de un lobo? —un cura apretó su biblia bajo el brazo—. ¿El mismísimo Cinatit?

—No menciones su nombre a la ligera —le reprochó un padre que solo tenía tres pelos plateados en la cabeza—. ¿Pero cómo es tan si quiera viable tener preso al Rey Del Vacío? Es como que si alguien presumiese en tener a Dios ahogado en un vaso de anís.

—Fantasioso, diría yo —apuntó otro.

—¡Bah! —chistó el más anciano. Arbustos de pelos sobresalían de los orificios de su nariz—. Así decían de la cabra Roberta y resulta que era el invento de un miserable escritor de Gefroland. Sí, exactamente —asintió al comentario de un cura que nombró la farsa del animal poseído en un mercadillo de reliquias—. Ningún espíritu maligno perdería su tiempo en ocupar las limitaciones de una cabra loca.

—No subestimen el interés de los demonios, señores —apuntó el obispo dando por finalizado el tema de conversación. Volvió su mirada hacia el mesón.

 Volvió su mirada hacia el mesón

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Oasis NocturnoWhere stories live. Discover now