31. ¿Lo Nuestro?

6.2K 300 31
                                    

Natalia POV

Me costó un par de segundos adivinar donde estaba, no reconocí mi habitación y mi cerebro cortocircuitó momentáneamente hasta que la vi tumbada a mi lado y recordé todo.

Aún me dolía la cabeza por el alcohol de ayer y tenia el estómago algo revuelto.

— Buenos días.

— Hola.

— ¿Cómo estas? ¿Has dormido bien?

— Hacia tiempo que no dormía tan bien. Creo que tengo un poco de resaca, me va a estallar la cabeza — Me pasaba la mano por la frente algo sudada y caliente mientras alba me miraba y reía.

— ¿Te prepararé el desayuno vale? Y un poco de agua con azúcar, borracha. — La veía levantarse de la cama entre risas pronunciando aquella última palabra. Decidí pararla antes de que cruzara la puerta.

— Alba espera — La agarro de la muñeca con mi mano haciéndola frenar — Muchas gracias por lo de ayer, por cuidarme y por escucharme.

— Natalia — Prácticamente formaba un puchero con sus labios y sus ojos se iluminaban aún más, formando una expresión muy tierna a la que no estaba acostumbrada — Yo siempre voy a estar de tu parte.

***

Daba vueltas con la cuchara al vaso de agua con azúcar que había preparado Alba, nerviosa, mientras observarla hacer el desayuno me proporcionaba un poco de calma, pero no la suficiente.

— ¿Natalia estás bien? — Alba dejó lo que estaba haciendo y giró su cuerpo hacia mi. Supongo que el ruido de la cuchara contra el vídrio la alerto.

— Emmm...

— ¿Qué pasa?

Rebusqué entre el bolsillo de la chaqueta que llevaba ayer, que permanecía en el salón desde la pasada noche, hasta dar con él. Lo había metido en una bolsa de plástico con film a sabiendas de que estaría libre de huellas, pero era el protocolo.

Puse el sobre en las manos de Alba, que lo miraba con recelo, curiosa, mientras me miraba a mi también de la misma manera.

— ¿Qué es esto?

— Ábrelo. — Indique.

En pocos segundos la expresión de Alba pasó de ser tranquila a agitada. Sus ojos se nublaron y parecía que hubiera visto al diablo en aquella carta. Me hizo notar que realmente sentía la misma preocupación que yo, como si la amenaza fuera hacia ella.

— Dios mio.

— Ya.

— ¿Cuando te han dado esto? ¿Cómo? ¿Vistes a alguien? — La cabeza de Alba iba más rápida que sus palabras. Gesticulaba y pronunciaba torpe de vez en cuando, nerviosa.

— Ayer por la tarde. Lo dejaron en mi puerta y se fueron, no llegue a ver a nadie.

— ¿Por eso saliste luego?

— Sí. De hecho salí a buscarte. Me entró el pánico y aquí solo me fío de ti.

Alba deja de nuevo el sobre en la bolsa y lo apoya en la mesa del comedor, todo sin desviar su vista de mi con el gesto más amable que puede producir.

Toda esta situación me tiene muy tensa, pero es increíble como su presencia puede suavizarlo todo solo con estar, solo con ser.

— Escúchame, vamos a pillarlos, ¿Vale?

— No es tan fácil, es muy listo y...

— Eh, cállate. Vamos ha hacerlo. No voy a dejar que te pase nada, ¿Me oyes?

— Pero...No quiero que te pongas en peligro por mi...yo...Esto es cosa mía.

— No te soporto. ¿Te quieres callar ya?

Se acerca peligrosamente, solo como ella sabe hacer. Sus palabras indican enfado pero esta claro que su rostro y sus gestos todo lo contrario. Empiezo a conocerla bien, cosa que me gusta y asusta a partes iguales. Se hace más real.

Se perfectamente por donde va y como no, voy a caer en sus redes, pero queriendo.

— Cállame tú.

***

Sin duda el mejor domingo desde que llegué a Barcelona. Los días con Marta estaban bien, eran geniales, pero esto es otro rollo.

A pesar de que el mundo se estaba cayendo fuera de aquel piso, a pesar de lo que nos esperaba mañana, del horror, de las feas confesiones de anoche y los demonios de mi mente, Alba hacia que entrase en una burbuja de paz donde conseguía evadirme de todo aquello.

Habíamos desayunado, comido y cenado juntas. Habíamos hecho el amor en su cama otra vez, pero mucho más pasional y harmónico, no necesitado y intenso como la primera vez.

Las cosas iban bien. Seguía sin saber que nombre ponerle a aquello, pero tampoco quería presionarla. Notaba que ella no quería etiquetarnos.

El resto del día nos lo habíamos pasado en el sofá entre caricias, besos robados y abrazos cálidos. Era como si nos conociéramos desde siempre, como si nuestros cuerpos se reconocieran.

— ¿Esto que es? — Dije, señalándonos. En cuanto salieron de mi boca esas palabras supe que no debía haberlas pronunciado.

— ¿Lo nuestro? — Frunce el ceño y su gesto se vuelve serio.

Asiento tímidamente.

Yo tampoco sabría que responder así que no sé que respuesta espero de ella. Solo me gustaría escuchar algo que me haga seguir apostando por esto, o sino, un freno. Que me frene, que frene esto por mucho que me duela si para ella es poco más que una distracción, porque yo estoy empezando a sentir.

— Pues...

El ruido de su teléfono la hace callar.

Genial, pienso.

— Es María, tengo que cogerlo, perdona.

— Nada, contesta.

Sin levantarse, estira el brazo hasta la mesa donde esta el móvil y descuelga. Puedo oír perfectamente la voz de María desde el otro lado.

— Tenéis que venir, tenemos algo.

 Calibre 25 // AlbaliaWhere stories live. Discover now