23.

23.6K 1.6K 16
                                    

23.

Por la noche Kevin por fin apareció.
Prácticamente no había vuelto a verle desde que por la mañana habíamos llegado a la guarida de Los Tigres. Cuando subí a la habitación, había desaparecido, y después sólo coincidimos de nuevo en la cena.

Pensé que era momento de hablar con él, pero no podía hacerlo delante de todos. Esperé pacientemente durante toda la cena, aguantando largas sonrisas forzadas y fingiendo no ser muy inteligente. Y por fin, al levantarnos de nuestras sillas, tuve la esperanza de poder hablar con él en la habitación, pero Kevin salió de la guarida con un cigarro entre los labios y yo subí las escaleras maldiciendo en voz baja.

Me estaba evitando y no sabía por qué. ¡Imbécil!

Me percaté de pronto de que quizás abusaba demasiado de los insultos hacia Kevin. Sonaba como si todo lo que él hiciera me afectara a nivel personal…

No, no. Desvié ese estúpido pensamiento de mi mente en el momento en el que él entró en la habitación y me halló sentada en el colchón.

Dejé los informes que tenía en la mano en la mochila y metí ésta bajo la cama.

—Hola —dijo, evitando mirarme.

Comenzó a caminar hacia el sofá, pero yo aproveché para levantarme rápidamente.

—¿Se puede saber dónde has estado?

—Dando una vuelta, nada importante, Lana —me respondió.

Suspiré. De verdad, yo no entendía nada. ¡Absolutamente nada! ¿Por qué estaba tan raro? ¿Qué le había pasado?

Se me pasó por la cabeza, momentáneamente, la posibilidad de que Kevin hubiera traicionado a la policía, pero enseguida lo descarté. Eso no era posible, las reglas eran claras. Si Kevin confesara haber delatado a su banda, lo matarían.

¿Sería por algo referente al club?

—Kevin… —comencé, conciliadoramente—. ¿Ocurre algo?

Él me miró fijamente. Llevaba una camiseta negra, unos vaqueros rotos y el cabello rubio despeinado.
Yo estaba en pijama, con una trenza cuidadosamente perfecta en el cabello y, sin lugar a dudas, ni siquiera la mitad de sexy que él.

—No —respondió firmemente—. Estoy bien.

Seguía cerrado herméticamente.

—¿Tiene esto algo que ver con lo que se traen entre manos Angus y Trevor Smith?

Por un momento Kevin puso cara de no entender lo que yo decía.

—¿A qué te refieres? —dijo, dubitativo.

Yo le expliqué lo que había visto esa mañana, cuando Trevor le había dado un sobre a Angus.

—Pero eso no puede ser —Kevin se llevó las manos a su cabello, confuso—. Ahora mismo ya hemos arreglado el asunto de los rifles de asalto y la cocaína… —Parecía hablar más para él mismo que para mí. —A no ser que…

—¿A no ser que qué? —le insté.

—Hijos de puta —dijo sin mirarme—. Se han metido al cristal.

Yo abrí los ojos desmesuradamente.

—¿Cómo? —pregunté, sin dar crédito a lo que oía—. Pero eso no puede ser, me dijiste que el club votó que no traficaríais con metanfetamina. No pueden estar haciéndolo ellos solos.

Kevin me miró por fin, como reparando en mi presencia, y fue una mirada tan intensa que sentí escalofríos.

—¡Claro que pueden, Lana! Es el presidente del club, puede hacer lo que le salga de… —se calló justo a tiempo—. Quiere dinero, se está preparando para la guerra con los Red Dragons.

Demasiada información. Mi cerebro no podía procesarlo todo tan rápido. ¿Por qué demonios era todo tan turbio en ese club? ¿Ahora se estaban preparando en serio para una guerra entre bandas de mafiosos?

Suspiré de nuevo.

—No tiene sentido. No puede ser que lo estén haciendo ellos solos —repetí.

Kevin enarcó una ceja.

—¿Estás insinuando que yo lo sabía? —dijo, y su voz sonó grave y amenazadora.

—Yo no he dicho nada, has sido tú —murmuré, a la defensiva.

Él se acercó a mí y yo di un paso atrás, pegándome a la pared. El huracán Kevin se acercaba y corría riesgo de llevarme por delante.

—¿Y por qué coño no iba a decírtelo?

Bufé.

—¡Y yo qué sé! Por la misma razón por la que no me dices por qué estás tan raro. Por la misma razón por la que no consigo entenderte. Por la misma razón por la que me llamaste la otra noche y ahora te comportas como si yo no existiera.

Casi me arrepentí de haber dicho esto en el mismo momento en el que lo solté. Los ojos de Kevin se oscurecieron ante mí, sin dejar de clavárseme y yo me pegué aún más a la pared.
Él se acercó, tan lentamente que me pareció que el tiempo se paraba, y sentí cómo el calor de su piel me inundaba de golpe.

Contuve la respiración involuntariamente en el momento en el que su cuerpo entró en contacto con el mío, haciéndome sentir como una pequeña niña justo delante de un gigante.

Kevin posó su mano derecha en mi vientre y subió, poco a poco, por mi costado, hasta llegar a mi hombro. Condujo sus dedos por mi brazo hasta llegar a mi mano, aprisionándola contra la pared y la suya propia.

Contemplé su fuerte brazo, sintiendo su tacto quemándome y levanté la vista muy despacio hacia su rostro. Él estaba cerca, muy cerca, y cuando pareció que sus labios iban a rozar los míos por alguna extraña razón, los condujo por mi mejilla hasta llegar a mi oído.

—No quieres saberlo —susurró.

Reuní todas mis fuerzas para contestar, aun sin saber si sería capaz de hacerlo.

—Sí quiero.

Mi voz sonó baja, pero al menos pude enorgullecerme un poco de que no fuera un susurro realmente patético. Al fin y al cabo yo era policía, tenía un estatus que mantener.

—Muy mal, Lana. Muy mal.

Con lentitud, Kevin se separó de mí y yo pude volver a respirar. El aire corrió entre nosotros y yo me sentí fría.

Kevin no volvió a dirigirse a mí de nuevo, y yo decidí acostarme. Lo intentaría de nuevo; otro día.

Peligro (#1 Trilogía MC)Where stories live. Discover now