http://16_PERSECUCIÓN EN LOS GRANDES ALMACENES

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El tráfico había disminuido considerablemente a esas horas de la noche. Y era una suerte, porque Hange corría por las calles sin prestar atención a los semáforos, sin esquivar a los peatones, sin reparar en los perros que le ladraban desde algunos balcones. Sólo pensaba en salvar su pellejo, en perder de vista al hombre que la perseguía, en llegar a su casa para ponerse a salvo. Pero no lograba dejar atrás a aquel tipo.

A veces, cuando doblaba una esquina, se agazapaba tras algún contenedor, deseando que La Sombra pasara de largo, pero el hombre siempre sabía dónde girar para no abandonar a su presa.

Hange corría, corría y corría como jamás lo había hecho. Miraba en todas direcciones buscando a un agente del orden a cuyos brazos lanzarse, pero no veía a ninguno. «La policía nunca está cuando la necesitas», solía decir la tía Liz. Cuánta razón tenía.

Las luces de las farolas ya se habían encendido y la sombra de su perseguidor se alargaba hasta tal punto que a menudo alcanzaba a Hange. Sólo se trataba de su sombra, pero, cuando ella la veía rebasándola, sacaba fuerzas de su propia debilidad y conseguía acelerar aún más.

Nunca había destacado en las pruebas de velocidad durante las horas de gimnasia, pero ahora no tenía ninguna duda de que estaba batiendo todos los récords de su clase. Se sorprendió de la capacidad del cuerpo humano en situaciones extremas.

Sobre todo cuando adelantó a un par de ciudadanos que hacían footing por los alrededores del parque y cuando rebasó a un ciclista que circulaba por la acera. Notaba el corazón revolucionándose dentro de su pecho como una batidora en marcha.

La Sombra también sabía correr. Y mucho. Quizá no fuera tan veloz como ella, pero sus piernas eran más largas y una de sus zancadas equivalía a dos de las de ella. Por otra parte, el hombre no se andaba con tonterías.

Cuando alguien se interponía en su camino, lo apartaba de un empujón. Así fue como tiró al suelo a una anciana, a un niño y, el último de todos, al ciclista que ella había rebasado poco antes. Al pasar a su lado le dio un golpe con el codo y el ciclista se estrelló contra una farola, quedando atontado en medio de la calle.

Por fortuna, Hange tenía un plan. No había querido correr hacia su casa para evitar que su perseguidor descubriera dónde vivía, ni tampoco que relacionara su calle con el domicilio de Alex.

Si La Sombra averiguaba que era la hermana de uno de los secuestrados, sin duda tomaría represalias contra el prisionero, forzándola a entregarse para evitarlas. De modo que había se había echado a correr en dirección contraria, siempre con la intención de alcanzar la zona más concurrida de la ciudad.

Todavía no eran ni las diez de la noche, así que algunos comercios seguirían abiertos. Si conseguía llegar a ese barrio, podría confundirse entre el gentío y, con un poco de suerte, perdería de vista a su perseguidor.

Durante diez minutos más, Hange corrió como alma que lleva el diablo hasta aparecer en la calle de las tiendas.

Por ahí deambulaban cientos de ciudadanos que, a la salida del trabajo, se habían dirigido a realizar las últimas compras del día. Al final de la avenida, radiantes como una montaña iluminada por potentes focos, se alzaban unos grandes almacenes que estaban siempre llenos de gente.
Ése era el destino final de Hange.

Probablemente La Sombra se dio cuenta porque, cuando doblaron la esquina tras la cual apareció el centro comercial, el hombre apretó el paso para darle caza.

Faltaban pocos metros para que la atrapara cuando un individuo salió de una tienda con tanta mala suerte —o buena, según se mire— que se interpuso en el camino de La Sombra.
El golpe fue espectacular.
El secuestrador arrolló a aquel individuo y ambos se dieron de bruces contra el suelo, provocando un gran revuelo a su alrededor.

-Levihan- El chico que vivía encerrado en una habitación On viuen les histories. Descobreix ara