http://15_EL HOMBRE DEL OJO MUERTO

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A medida que Levi le informaba de las circunstancias que rodeaban a la secta Koruki-ya, en el interior de Hange crecía, en vez de angustia y pánico, una fuerte determinación por liberar a su hermano.

La noticia de que un manifiesto que anunciaba un derramamiento de sangre había sido colgado desde una computadora cercana, del cual su ciberamigo había conseguido hasta la dirección postal, le incitó a querer actuar con rapidez.

El reloj corría y cualquier vacilación resultaría fatal. Aun así, intuyendo sus intenciones, Levi le hizo jurar que no haría nada hasta que trazaran un plan de acción.

Le pidió que no cometiera la estupidez de hacerse la valiente y que antepusiera la inteligencia a las emociones.

Sin embargo, Hange no podía permanecer de brazos cruzados mientras la vida de Alex pendía de un hilo. Lamentaba mentir a su nuevo amigo prometiéndole que no actuaría por su cuenta, pero las circunstancias no le dejaban otra elección. Además, El chico de la habitación la había ayudado mucho a la hora de buscar información, pero, dada su agorafobia, no podía hacer nada más por ella.
Como era mejor no preocuparle, decidió guardar silencio sobre sus auténticas intenciones. El factor añadido de que su tía Liz saliera esa noche al teatro terminó por convencerla de que era el día perfecto para pasar a la acción.

—Tienes croquetas de atún en el refrigerador—le había dicho Liz antes de marcharse—. Mételas en el microondas durante un minuto y medio, y a cenar. Las puedes acompañar de ensalada. ¡Ah!, también hay naranjas y yogures.

—Está bieeeeeeeeeeen.
—¿Seguro que estarás bien?
—Sí, tía. No te preocupes. Ya soy mayorcita. Vete tranquila.
—De acuerdo, de acuerdo. Calculo que estaré de vuelta a eso de las doce. Y, por lo que más quieras, no toques el DVD, que estoy...
—...grabando el noticiero—la había interrumpido Hange —. Me lo has repetido mil veces, tía...

Hange se dio un margen de seguridad de quince minutos antes de quitarse la pijama y ponerse ropa de calle, no fuera que su tía hubiera olvidado algo y regresara de pronto, pillándola in fraganti. Por temor a despertarla, Liz no solía entrar en su cuarto cuando regresaba tarde a casa.

No obstante, como medida de precaución amontonó varias almohadas bajo la manta de la cama para que abultaran lo suficiente como para engañar a un ojo en la oscuridad, haciéndole creer que ahí dormía una persona.

A continuación sopesó la posibilidad de dejar una nota diciéndole a su tía que había salido con alguna amiga. Terminó descartándola, dado que resultaría poco creíble que hubiera hecho eso teniendo clase al día siguiente. Tampoco podía jugar la carta de decir que se quedaba a dormir en casa de Nanaba, ya que eso siempre lo anunciaba con un día de antelación y, por lo general, coincidía con el fin de semana.

La única opción era fugarse directamente, sin dar explicaciones, y cruzar los dedos para regresar a casa antes que su tía.
Resuelta a seguir adelante con sus intenciones, Hange se abrigó bastante y metió en la mochila una botella de agua y una linterna, por si las moscas.

Antes de abandonar el domicilio, echó un vistazo por la mirilla para asegurarse de que no había vecinos. Bajó por las escaleras, evitando ese ascensor en el que podía encontrarse con alguien, y cruzó la portería conteniendo la respiración.

Como había previsto, la noche era fresca. Antes de echar a andar, y pese a que no llovía, se puso la capucha de la chaqueta. No quería que la reconocieran. El reloj marcaba las 20:50, por lo que todavía había bastante movimiento por la calle.

Hasta ese momento, Hange se había sentido muy segura de sí misma, pero al poco de empezar a caminar, viéndose envuelta por todos aquellos rostros desconocidos y sabiendo que un secuestrador actuaba impunemente en aquella ciudad, sus ánimos fueron flaqueando.

-Levihan- El chico que vivía encerrado en una habitación Where stories live. Discover now