http://14_DE LA LUZ A LAS SOMBRAS

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La Sombra colgó el teléfono, encendió un cigarrillo y miró la puerta tras la que permanecían secuestrados los cuatro chicos.

Aquel día ninguno de ellos lloraba. Tampoco hablaban entre sí. Ni siquiera se les oía arrastrando los pies por la celda. Pensó en echar un vistazo por la mirilla, pero desestimó la idea por miedo a alterar el silencio en el que estaban sumidos aquellos desgraciados.

La calma era absoluta y La Sombra se sentía aliviado. Con la excepción de una ópera sublime, el silencio era el mejor bálsamo. Pronto terminaría todo. Dos días más y la sangre sería derramada, los dioses saldrían de su letargo y los hombres que no respetaron la Vida Biológica serían exterminados.

Así lo había asegurado el profeta. El 20 de febrero de 2011, él, La Sombra, formaría parte del ritual planetario que habría de desatar la furia de los Seres Superiores. Pero todavía faltaban dos piezas en su colección para alcanzar la cifra mágica de seis.

Si hubiera conseguido capturar a Falco Grice, sólo quedaría uno. Pero aquel maldito coche de policía...

La Sombra apartó estos pensamientos de su cabeza porque no quería estropear el momento. Lo rodeaba tanto sosiego, tanta tranquilidad, que no deseaba estresarse inútilmente.

Se sirvió un whisky en vaso ancho, se sentó en la butaca y puso los pies sobre la mesa. En momentos así se sentía importante, un componente ineludible del revolucionario engranaje que en breve movería el mundo que se avecinaba.
Su vida, tan cargada de momentos dolorosos, al fin parecía adquirir un sentido rotundo, incontestable.

Cerró los ojos y reclinó la cabeza. Una mueca de satisfacción cruzó su rostro, pero enseguida se esfumó como el humo que salía de su cigarrillo. Le había asaltado un recuerdo, un leve chispazo que lo empujó al origen de su historia, al momento en que se convirtió en La Sombra, al incidente que lo llevó a transformarse en un soldado de las fuerzas superiores.

Aquella madrugada, sobre las 06:00, decidió que ya no tenía ningún sentido intentar dormir. Quedaban aún dos horas para que sonara el despertador, pero sabía que era inútil esperar a que le venciera el sueño. En realidad, lo había estado ahuyentando con sus pensamientos desde que se había metido en la cama, ya bastante tarde.
Se había pasado hora tras hora con la vista fija en algún punto de la oscuridad, dándole vueltas a lo que ocurriría cuando saliera el sol.

Llevaba casi un año aguardando la llegada de ese día.
Tras levantarse, puso especial esmero en su higiene personal.
Se afeitó lenta y cuidadosamente, hasta asegurarse de que conseguía un rasurado perfecto.

Después se duchó a conciencia e incluso comprobó que las uñas de pies y manos estuvieran en perfecto estado de revista. Para la ocasión, se había comprado una camisa de marca, algo cara a su entender, pero sin duda elegante.

La noche anterior había sacado lustre a sus zapatos y había planchado con esmero sus pantalones. También había llevado la chaqueta a la tintorería y ahora, cuando ya se la había puesto, se miró en el espejo del recibidor. Le gustó lo que vio.
Él, que nunca había cuidado especialmente su imagen, quería estar guapo para ella.

Iba a ser una muestra de que todo podía cambiar a partir de entonces. Le guiñó un ojo a su otro yo. Si la confianza fuera un chaleco, lo tendría bien bien puesto.

Intentó desayunar, pero dejó el café y las el pan tostado a medias. John había estado tan concentrado en ella, en intentar visualizar cómo lo recibiría y en preparar varios temas de conversación para que el reencuentro no se volviese incómodo, que se percató de que llevaba un tiempo récord sin pensar en Sam.

Avanzó por el pasillo de la casa y se detuvo ante la puerta de la habitación de su hijo. Al habitual escalofrío de pena se le unió uno de culpabilidad. Desde que Sam desapareciera hacía más de un año, no había habido una sola hora en que su recuerdo no hubiese aparecido en su mente, aunque fuera fugazmente.

-Levihan- El chico que vivía encerrado en una habitación Where stories live. Discover now