http://6_EL CHICO ENCERRADO EN UNA HABITACIÓN

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WWW. SEGUNDA PARTE

Un perro y la nieve.

Eran las dos cosas que acudían con más frecuencia a la mente de Levi en los momentos de debilidad, cuando volvía la vista atrás y recordaba el día en que todo cambió.

Lo que le había ocurrido tenía muchos nombres.

Los médicos, por ejemplo, lo llamaban «colapso nervioso» o «trauma psicológico»; sus amigos, «locura» o «tonterías»; y su madre, simplemente «tristeza». Sin embargo, él lo denominaba «Gran Boom», porque ese día se había producido una explosión que había convulsionado su vida.

El perro que siempre acudía a su mente era Yuk, el labrador del vecino que, hacía ya bastante tiempo, Levi se encargaba de pasear cada tarde.

Era un perro divertido. Ladraba como un poseso cada vez que veía un uniforme, ya fuera de policía, cartero o bombero, no importaba, y solía orinar en las llantas de las motos de gran calibre, nunca de simples motos o bicicletas.

Única y exclusivamente encontraba alivio en los neumáticos de una gran moto, como si en una vida pasada hubiera sido atropellado por un tipo de largas melenas que rodara por las interminables autopistas del desierto de Arizona.

Yuk disfrutaba persiguiendo a las palomas en el parque y en más de una ocasión Levi había tenido que disculparse ante alguno de los ancianos que, sentado en un banco, lanzaba migas de pan a las aves.

La última vez que Levi había tenido contacto con la luz del sol había sido precisamente una tarde en que paseaba al perro.

Recordaba el parque con los niños persiguiendo el balón en un caos de piernas, gritos y polvareda.
Se acordaba de los dueños de los otros perros preguntándole si Yuk era macho o hembra, mientras los animales trazaban círculos olfateándose el trasero.

Guardaba asimismo alguna remembranza de árboles sin hojas, un puesto de castañas y ancianos con bufanda.

También recordaba que aquel día había tenido que agacharse para atarse los cordones de uno de sus tenis y había cruzado la mirada con una chica tremendamente hermosa cuya falda, estampada de flores, quedó grabada en su memoria.

Pero sobre todo se acordaba de cómo, en un momento dado, miró al edificio donde vivía con su madre y su hermana, y le entraron unos irrefrenables deseos de volver a casa.

De repente, sintió el impulso de encerrarse en su cuarto. Era una necesidad angustiosa, un arrebato imposible de frenar, una orden lanzada desde las profundidades de su cerebro.

Se empezó a marear.

Los árboles, los ancianos y el puesto de castañas se emborronaron, como si alguien los ocultara tras una tela oscura, y una oleada de calor surcó su cuerpo.

Cualquiera que se hubiera fijado en el pánico que delataba su rostro, la velocidad con la que echó a correr y la fuerza con que tiraba de la correa de Yuk, habría pensado que se le venía encima un tsunami.

Pero no era un tsunami, no.

Era el principio de un encierro entre cuatro paredes.

Levi entró en el edificio como una exhalación, subió los escalones de tres en tres, ató el perro a la manija de la puerta de su vecino y, jadeante, cruzó el umbral de su casa, se dirigió a su cuarto, cerró la puerta, bajó las persianas y se metió en la cama sin siquiera desvestirse.

Nunca se había sentido tan mal.

No tenía ni idea de qué le ocurría. No quería salir de su habitación nunca más.

-Levihan- El chico que vivía encerrado en una habitación Where stories live. Discover now