7» ℭ𝔞𝔱𝔥𝔢𝔯𝔦𝔫𝔢, 𝔞𝔮𝔲𝔢𝔩𝔩𝔞 𝔞 𝔩𝔞 𝔮𝔲𝔢 𝔪𝔞𝔱𝔞𝔯𝔬𝔫

Start from the beginning
                                    

Y así, también, pasan los días aburridos en mi vida. El martes por la mañana, con la mochila a cuestas y sin la tarea de cálculo hecha, camino por los pasillos de la facultad directo a mi casillero. Cambio el libro de sociología por el de cálculo, y cierro la pequeña puertesita. Y al hacerlo, unos ojos verdes aparecen a un lado. La figura de Scott está aquí, sonriente como siempre, con el arito que le encaja perfectamente en el labio inferior, con el cabello rapado a los lados y suelto y largo por entre medio.
   
—Es bueno verte de nuevo….Blas. 

—Scott…

Instantáneamente, mi cerebro parece volver a la realidad. Y en vez de tenerlo a él frente a mí, poniendo a mi corazón a galopar y a mi cuerpo en erupción, la ilusión se destirociona para desaparecer y en su lugar aparece un Harry portando una pelota de fútbol entre las manos, con la cuerda de la mochila cruzada por el pecho. 

—¿Quién es Scott?—pregunta. 

—Dios, Harry...no vuelvas a hacer eso—digo yo, recobrando el aliento. 

Miro a sus ojos para estar segura que no son verdes, sino del mismo color que su hermano. Mieles. 

—De cualquier forma, ¿vienes esta noche? 

—¿A dónde? 

Rueda los ojos como si yo hubiese olvidado algo importante. 

—A la fogata—dice como si fuera obvio—¿A dónde más?—y ante mi cara de incomprensión, añade:—Es para recaudar fondos y comprar los trajes de las porristas. Le dije a Noah que sería una mala idea, pero...hey, ya confirmaron doscientas personas. 

Y sin saber bien qué responder, pronuncio un: 

—Ahí estaré. 

—Perfecto—me entrega un volante que tomo—Allí está todo lo que tienes que saber. Y Blas…—se acerca a mí y susurra:—Si tienes de la buena, no dudes en traer y compartir—y se aleja por el pasillo, aunque da media vuelta para gritarme:— ¡Trae maya, hará un calor de la puta madre! 

Cuando llego al salón de cálculo ya es tarde. El lugar al lado de Audrey se ocupó. Sin embargo, camino directo a sentarme junto a Aaron, a tres mesas de distancia,  quien saca su mochila para permitirme sentar. Mientras que estoy sacando los cuadernos y la lapicera, él, con los hombros por encima del escritorio y el collar sobresaliendo por encima de la remera negra de Pink Floyd que trae puesta, me sonríe de lado y me guiña un ojo. 

Yo, por mi parte, me abstengo a no golpearlo y comenzar a tratar de entender algo de lo que explica el profesor. No pasa ni media hora cuando Aaron se inclina hacia mí y yo me aparto un poco. Resulta incómodo tener que lidiar con sus movimientos...extraños de chico emo. Me señala uno de los números de la ecuación. 

—Aquí va un trece. No un nueve. 

—Como si tú lo estuvieras haciendo bien. 

Me dedica una mirada a ceja alzada y desliza su cuaderno por encima del mío para mostrarme la ecuación. Su letra es perfecta, prolija y los números redondos. Entonces, sin saber cuándo sucede, me encuentro viendo el ejercicio suyo y comparando resultados. 

—¿Entiendes?—dice él, señalando el menos veintiuno que poseo allí—Aquí  debería darte trece para que el resultado te de exacto. Menos veintiuno por trece, menos doscientos setenta y tres. Y si le sumas el ciento ochenta y dos que te dió la ecuación anterior, la X te debería dar…menos noventa y uno. 

El simple hecho de saber que es un chico listo, con cara de tarado, le suma puntos positivos a la mala figura que tenía pensada sobre él. Aaron me sonríe y muerde la punta del lápiz. 

✔ Ghoulish/ Los hijos del Diablo 2Where stories live. Discover now