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Decir que se encontraba distraído, era decir poco.

Harry se encontraba en la mitad de una reunión extraordinaria en medio de la sala principal del departamento de regulación de Criaturas Mágicas.

Era vagamente consciente de que algo había sucedido con unos Erkling, lo cual, por momentos captaba la atención de Harry sólo para desconcertarlo.
No sabía que ese tipo de criaturas estuvieran cerca de Inglaterra, y, además, actualmente era una barbaridad que los magos no estuviesen más al pendiente de sus hijos.

Por el momento, no había un reporte por asesinato o accidente de gravedad, pero ya empezaban a haber incidentes y eso había puesto en alerta al ministerio, que no tardó en enviar un par de lechuzas al ministerio de magia alemana, quienes son los expertos sobre la retención de estas criaturas ya que estaban en el lugar de donde son originarias estas cosas.

Pero, Harry pensaba que, para ser sinceros ¿A quién demonios le importaban un montón de enanos pastosos y molestos que gustaban de comerse a los niños? Para su propia lógica, eso no era relevante en lo absoluto, eso no debía de ser investigado por su cuadrilla a pesar de que hubiese incidentes.

Lo que él realmente quería, − y aquello que no podía salir de su mente− era la criatura más peligrosa de la cual, apostaba y estaba más que seguro, era la más bella a la que había podido enfrentarse.

Aquel Dragón había hecho estragos en sus muy bien controlados y casi nulos nervios.

El día anterior, se habían besado hasta que los labios de ambos se habían hinchado y colorado debido a la presión y exigencia que cada vez se imponían el uno contra el otro, negándose mutuamente a dar una tregua o a ceder el poder y el mando del ósculo.
No supo por qué, ni cómo y no estaba realmente interesado en prestar un razonamiento minucioso a lo que había pasado.

Sólo había pasado.

Las caricias exigentes se habían vuelto algo incómodas, cuando ambos notaron que necesitaban más y más del otro a medida que los segundos – Minutos, horas o quizás días, ninguno habría podido decirlo con exactitud. – pasaban y empezaban a demostrarles lo insuficiente que mostraba esa aparente lejanía entre sus cuerpos.
El rubio a penas se había separado para sonreír con prepotencia y algo de cinismo.

Harry odiaba con toda su alma el hecho de que Malfoy no pudiese pronunciar ni una sola palabra.

Se había ido, tan campante y relajado para su habitación, dejando a un acalorado Harry en medio de la sala, tan confundido sobre sus propias preferencias y tan trastornado por la aparente necesidad que había nacido de tratar de dominar el momento ante su enemigo, que fue inevitable para el auror - guiado siempre por su férrea convicción de enfrentarse a las bestias de cara y sin planearlo - que decidió ir hacia la habitación de su huésped, dispuesto a reclamar por una debida charla o quizá, era la excusa más casual que encontraba para reiniciar aquel encuentro.

Sin embargo, al llegar a cuarto de su objetivo, se encontró con una nota que pendía con un pequeño pin sobre la fina y oscura madera de la puerta de la habitación de Malfoy.

No hay explicación, fue porque sí y ya. Bienvenido Potter, al mundo en la que la gente toma lo que quiere sin pensarlo y sin razones aparentes. A veces las cosas se hacen, sólo porque se te da la maldita gana de hacerlas. En este sentido, eres más Slytherin de lo que algún día podras llegar a admitir.

Y aquella afirmación no había desatado más que una pequeña carcajada en el auror.

Hacer las cosas sólo porque deseaba hacerlas, sin cuestionarse por las razones que hay detrás de las mismas.

Eso tenía sentido, mucho sentido, a pesar de que jamás había sido una filosofía que Harry llevara en su pulcra rectitud.

Pero toda su tranquilidad se había ido al caño, cuando una lechuza arribó con una citación de Robards. No había pasado ni una semana desde su austero accidente, y ya tenía al jefe pidiendo una reunión extraordinaria a primera hora del día siguiente por algunos acontecimientos nada normales al este del país.

Y entonces, allí estaba, enfundado en su uniforme y con la distracción hecha expresión en su rostro.

−Entonces…deberán montar la guardia para investigar de qué manera se han introducido estas criaturas en el país, que es claro que fue por contrabando. El escuadrón ALFA, se encargará de proteger a los agentes del departamento de regulación, con el fin de capturar a las criaturas para su debida reubicación. −Robards los miró a todos con serenidad, caminando de un lado a otro de forma serena. – Nadie debe enterarse de la presencia de aurores, está claro, por lo que deberán aparecer bajo el efecto de un Glamour sutil pero efectivo.

− ¿Piensa que la red de narcotráfico se encuentra cerca de los lugares de avistamientos? – Preguntó Edward, el más joven del escuadrón.

−No, no creo que sea así de sencillo. Las criaturas tuvieron que alejarse del lugar del que pudieron escapar, pero apuesto que hay personas que buscan recuperarlos…− Robards no terminó de hablar, porque de repente, Potter decidió hacerse notar.

− ¿Por qué piensa que han escapado? −Dijo con algo de hastío por el simple hecho de no poder cavilar lo que realmente quería. Todos en la sala voltearon a verle, entre sorprendidos e interesados. Robards lo miró con ojos suspicaces.

− ¿A qué se refiere, señor Potter? – Dijo con la formalidad inmaculada con la que trataba al héroe frente a los demás. 

−Piénselo, el tráfico de criaturas se destaca por ser increíblemente cuidadosa. Las criaturas incluso son lastimadas con violencia, con el fin de garantizar y mantener su propia sumisión. −El auror estrella se levantó cansado y se estiró, empezando a caminar por la sala seguido fijamente por los ojos expectantes de todos, inclusive los de Ron, que ya figuraban allí por petición del auror. – De la nada, unas criaturas que poseen una ubicación geográfica bastante lejana de donde se les encontró, empiezan a aparecer a penas para generar avistamientos, a penas pequeños incidentes que empiezan a llamar la atención del ministerio.

−Sigo sin entender, señor Potter. – Manifestó el jefe del departamento, cruzándose de brazos con algo de incomodidad.

−Es sencillo, Señor Robards.

La voz femenina, altiva y segura de Hermione Granger atravesó toda la sala, llevándose la atención de todos los presentes, incluida la de Harry.

−Hay algo que se empieza a organizar o que inclusive, empieza a darse paso dentro del propio contrabando en el mercado negro inglés. – Afirmó la rubia, caminando hasta posicionarse al lado del jefe de aurores, mirando fijamente y con cariño a Harry.

−Estás insinuando que…− empezó a decir Ron, sintiendo su corazón acelerado de sólo ver el rostro de aquella bruja, que era dueña de sus malos sueños en ese punto de su vida.

−Sí, Ron. Una fachada. – Continuó el héroe del mundo mágico, caminando hacia el lugar donde se encontraba Hermione. −Después de la última misión, quedó claro que algunos de los pertenecientes a esta aparente…organización. – dudó un poco al momento de darle nombre a ello – No fueron capturados, y los que se pudieron interrogar, aún bajo el efecto del Veritaserum, dieron detalles tan absurdos de unos intercambios tan superficiales, que es imposible creer que es a penas una reunión de magos con dinero que quieren poseer pociones y criaturas nada fáciles de manejar.

Para ese punto de la reunión, varias emociones se arremolinaban en aquellos que se encontraban presentes y atentos a lo que estaba sucediendo.

Primero estaba Harry, el cual tenía cierta aprensión en su pecho por la clara tensión que había entre sus dos mejores amigos y a eso se le sumaba la culpabilidad que se juntaba con la rabia desmedida que se le generaba en el pecho al ver a Hermione.

Luego estaba la propia expareja, la cual evitaba por completo el contacto entre sus ojos más que de el netamente profesional. Ron se preguntaba en qué momento Harry había hablado con Hermione.

Seguidamente teníamos al escuadrón, entre los que estaban los más jóvenes, maravillados y fijos de ser capaces de presenciar al trio de oro, tan legendario en el mundo mágico en acción.

Y finalmente, estaba Robards, el cual sentía que algo se estaba escapando de su comprensión.

−Creo que… las instrucciones se las daré con el señor Potter el día de mañana. – Dijo con serenidad el viejo, ocultando por completo la incertidumbre que le había provocado el trío de oro. −Granger, Weasley y Potter, por favor, a mi oficina.

Los susurros no tardaron en escucharse, como un pequeño zumbido que molestaba los oídos del jefe de aurores.

Harry había logrado centrarse − aunque con algo de fastidio − porque definitivamente algo extraño se estaba cuajando en el mundo mágico y él había ideado, en menos de cinco minutos, el plan perfecto para matar dos pájaros de un solo tiro.

After All This Time / HarcoWhere stories live. Discover now