El viaje en coche es más largo de lo que esperaba. Nuestra ruta pasa por campos y bosques, en ningún momento pasando por ninguna carretera, y me hace cuestionar a donde vamos. Peter no ha dicho nada en todo el camino, y aunque yo haya intentado establecer una conversación con él, varias veces, no ha resultado en nada. Ni siquiera puedo escuchar música. Y aun sabiendo que la radio es un tema tabú para él, no lo pienso antes de interrogarlo. Sigo necesitando respuestas. —¿Por qué no te gusta escuchar música en el coche? —pregunto dulcemente, intentando no sonar demasiado potente o fuerte.

Se que me ha escuchado, pero me ignora. Así que, en un acto de rebeldía, enciendo la radio antes de que tenga tiempo a detenerme. "Viva la vida" de Coldplay suena alto por todo el coche, y ahogo un grito cuando Peter detiene el coche de golpe.

Me sorprendo ante la brusquedad en lo que ha hecho, mientras el coche derrapa por la calle, y suerte que es una carretera de tierra y no la autopista porque ahí si hubiéramos tenido un accidente. —¡¿Estás loco?! —le grito, aún en estado de shock. Su mano sale a apagar la radio con violencia, casi rompiéndola en el proceso, aunque sé que esa era su intención.

—¡Joder! ¿Qué mierda haces? —grita al hablar, una clara señal de lo furioso que está. ¿Cuál es su problema? Lo ignoro y salgo del coche con enfado, mientras me pongo a tararear la letra de la canción. Ignorándolo como él hizo previamente conmigo. Alejándome del coche. De él.

Aunque estemos en plena noche y el camino rural me provoque escalofríos, no miro hacia atrás. Lo oigo antes de sentirlo, y rodea mi cintura con sus brazos, atrayéndome hacia su pecho. Firme. —¿Dónde te piensas que vas? —susurra en mi oído. Aunque no intenta forcejear en sus brazos, tampoco le contesto, simplemente me quedo parada de pie, sin decir nada—. Vamos, nena, no te enfades conmigo —su lengua sale a jugar con el lóbulo de mi oreja, y me estremezco ante el placer, derritiéndome en sus brazos—. Dime que somos amigos —pide, sus dedos acariciando mi cintura levemente.

Niego con la cabeza. —No —suelto en un susurro. Lo siento tensarse a mi espalda, pero no doy el brazo a torcer—. Estamos volviendo a lo de antes, Peter. Tu cerrándote en banda, no compartiendo nada sobre ti. Yo, estúpida como siempre, pasando ese hecho por alto. Las cosas que sucedieron fueron precisamente por eso —intento explicar.

—Pero, ¿que tienen que ver mis manías con nosotros?

—No es una manía —le digo, ahora si alejándome de sus brazos. Peter me suelta sin batalla.

—Es que no le veo el sentido. No es importante.

—Para mí es importante —le digo, girándome para encararlo.

Peter muerde su labio inferior, su cabeza a mil por hora. —Dame tiempo —me pide, y arqueo una ceja ante su demanda—. Más tiempo —suelta en un bufido, desesperado.

Lo miro un par de segundos, insegura de si es el mejor momento para hablar de esto o no, pero decido que cualquier otro momento es igual de bueno que este. —Quiero enterarme porque quieras explicármelo. Pero porque quieres tú, Peter. No de casualidad. Necesito que confíes en mí.

—Yo confío en ti, nena. Más que en nadie —vuelve a acercarse a mí, y esta vez me atrae de frente contra él. Su pecho contra mi pecho. Estamos tan cerca que mis pechos se restriegan contra él cada vez que respiro—. Joder, si te dejo dormir en mi cama conmigo después de que tiraras a matar. Si eso no es una señal de confianza, no sé qué es —bromea juguetón, pero hago una mueca mientras me encojo ante el recuerdo de lo que sucedió ese día. De lo que pasó por mi culpa.

—No le veo la gracia —intento alejarme, pero él me retiene.

—Vamos, no te enfades —se ríe, y deja un beso en mi nariz tiernamente. Entrelaza su mano con la mía, y nos guía de vuelta al coche.

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