Capítulo 25

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Día uno. El primer día en el cual Peter no forma parte de mi vida. La presión en el pecho es algo indescriptible, algo que jamás pensé que alguien pudiera sentir dentro de uno, pero no puedo evitarlo.

Salgo lo más rápidamente posible por la puerta de entrada, y me dirijo hacia la estación de autobuses. Miro hacia atrás, pero nadie me sigue, y suspiro pesadamente, no sabiendo si de alivio o de frustración.

Me dirijo hacia el baño, e intento secarme lo mejor que puedo, pero por desgracia mía, no parece que nada de lo que haga me vaya a funcionar. Así que camino hacia abajo, al centro de la ciudad, y entro a la primera tienda de ropa que veo. La dependienta me mira extrañada, pero no me dice nada, así que me dispongo a mirar la ropa. Hay un bonito vestido que me llama la atención, pero no tengo tiempo para estar mirando, tengo que comprarme algo para irme cuanto antes. Agarro unos jeans y un jersey púrpura, asegurándome que es mi talla, y se la entrego a la mujer de detrás del mostrador.

—Serán diecinueve con setenta, por favor —dice, con cara de pocos amigos.

Saco el dinero de mi bolso y le pago con un billete de veinte. —¿Podría cambiarme aquí, por favor? —le pido, educadamente.

Me mira de los pies a la cabeza, con su mano tendida en el aire para devolverme el cambio, pero cuando ve que no acepto el cambio, deja caer su brazo a un lado y pone los treinta centavos encima del mostrador.

—¿Estás en problemas, chica? —pregunta, arqueando una ceja, volviéndome a mirar de arriba abajo.

Frunzo el ceño, confusa. Niego con la cabeza. —No —afirmo—. Solamente me caí en el mar y necesito ropa seca, por eso estoy así —me río, intentando restarle importancia, pero la mujer no se cree mi historia. Me da igual. No estoy aquí para que me pregunte, y me vigile. Estoy perdiendo el tiempo, y simplemente necesito escapar de Newquay, y la señora no me deja hacerlo tranquilamente —. Mira, olvídalo —le hago un gesto con la mano.

—Tu cara me resulta familiar, chiquita —se aclara la garganta—. Sígueme.

—¿Dónde? —titubeo. Su familiaridad no hace sino aumentar mis sospechas, y me entra el alma al cuerpo cuando escucho la campana de la puerta sonar. Avisando que alguien más ha entrado en el lugar.

—Sigue recta por el pasillo y gire a la derecha, ahí hay un baño. Te va a ir mejor.

Asiento. —Gracias —sonrío, pero no me devuelve la sonrisa.

Mis pies siguen sus indicaciones al pie de la letra y una vez en el baño, me seco con un secador rápidamente. Sigo estando algo húmeda, pero no tanto como antes, y me visto rápidamente con la nueva ropa que acabo de comprar. Me cabe, algo holgado, pero me va bien.

—Muchas gracias, de nuevo —le vuelvo a sonreír, mientras paso por su lado, y esta vez si me sonríe de vuelta.

Antes de que sepa que está pasando, un cuerpo cae encima del mío, y los dos nos caemos de bruces contra el suelo. El trasero me arde como el infierno del golpe, y a mí lado alguien se ríe, pareciéndole de lo más gracioso.

—Cabrón —espeta, la voz perteneciendo de otro cuerpo. El que está encima de mí, así que lo empujo de mala manera. Se levanta de un salto, y se gira a mirarme. Tiene el pelo rubio, claro a más no poder, y sus ojos son tan azules como el mar—. Uy, perdona —su voz grave me saca de mi trance, y sacudo la cabeza. Me ofrece la mano, para ayudar a levantarme, y se la acepto sin decir nada—. No fue mi intención —intenta explicarse—. Fue este cabrón de aquí —señala acusatoriamente a un hombre que sigue riéndose sin parar. Su pelo es igual de rubio que el de delante de mí.

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