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Albus y Gellert salieron rápidamente de la sala al oír un extraño sonido. El ruido los había sorprendido mientras estaban debatiendo sobre la utilidad del espejo.
Los dos muchachos corrieron varios pasillos, intentando hacer silencio, y se escondieron detrás de una columna para tomar aire.
—¿Qué ha sido eso?— preguntó asustado Albus. No quería que algún profesor lo viera fuera de la cama. Es un prefecto, tenía que dar una buena imagen y no al revés.
—No lo se, pero parece que ya no nos está siguiendo— dijo entrecortadamente el rubio.
Tomaron varias bocanadas de aire para poder aliviar por fin el deseo de oxígeno.
Gellert giró la cabeza para ver si había alguien detrás de él y sus ojos se cruzaron con los de otra persona.
Grindelwald gritó, asustado, provocando una cómica caída al suelo de Dumbledore.
El vigilante de los pasillos los fulminaba con la mirada. Era un hombre de edad mediana. Solía ser simpático cuando quería, pero si veía a algún estudiante haciendo algo en contra de las reglas podía llegar a ser muy estricto.
Un mechón de pelo negro le cubría un ojo, mientras que el otro (de un color azul brillante) observaba a los muchachos.
—Estoy muy decepcionado, sobretodo contigo, señorito Dumbledore. Usted es un prefecto— dijo.
Los agarró por el brazo y los arrastró durante varios minutos hasta llegar a una puerta muy alta.
Dumbledore reconoció de inmediato la poca decoración que había fuera. Su cara perdió el color y una sensación de miedo se apoderó de él.
—¿El director? No por favor— le suplicó al vigilante. El hombre no parecía querer escucharle.
—Por favor, haré lo que sea, pero no llame al director. Por favor—
Albus empezó a suplicar tanto que empezó a molestar a Gellert.
—Albus, cállate. Solo vas a empeorar las cosas— le riñó el rubio.
El guardia empezó a llamar a la puerta del director con unos golpes fuertes y decididos.
Pasaron varios segundos en completo silencio hasta que una voz les permitió entrar.
Los tres accedieron a la habitación y se pararon delante de una mesa.
Un hombre viejo y con barba estaba sentado detrás de ella, casi no tenía pelo y poseía unos ojos oscuros y sabios que parecían observarlo todo.
Phineas Nigellus Black.
—Director, he encontrado a estos dos alumnos fuera de sus dormitorios— dijo el vigilante mientras empujaba a los dos muchachos hacia delante.
Dumbledore nunca había tenido tanto miedo. Jamás le habían mandado al despacho del director y creía que esto iba a arruinar su perfecto expediente académico.
En cambio Gellert, ya que en el año anterior fue bastante travieso, estuvo varias veces en ese grande y misterioso despacho. Sabía que no tenía nada que temer. El director había sido muy comprensivo con él y con otros alumnos.
—Grindelwald, de nuevo usted— la mirada del anciano se posó en el moreno —Y usted es...—
Albus levantó la mirada, aterrorizado.
—Albus... Albus Dumbledore, señor—
El director lo miró divertido. Su extraña mirada consiguió calmar al prefecto, haciendo que dejara de temblar.
—¿Por qué os habéis levantado de vuestras camas? ¿No teníais sueño?— preguntó Phineas.
—No señor, lo sentimos mucho— se disculpó Gellert al ver que su pareja no pronunciaba ni una palabra.
El anciano se tocó la barba. Él también pasó por la adolescencia y aún se acordaba de las escapadas nocturnas que hacía con su novia. Sonrió al recuerdo de esas viejas noches.
—Quisiera dejaros ir sin más, pero sería una falta de respeto a todos los alumnos que han sido castigados por salir de noche...— dirigió la mirada hacia el techo, pensativo —creo que ya tengo el castigo perfecto para vosotros—
El director sonrió en modo burlón.
—Vais a limpiar cada sábado todos los calderos que utilizarán los alumnos en pociones... sin magia—
Los dos muchachos asintieron sin ganas.
—Este día no podría ir a peor— dijo Grindelwald susurrando.
Justo en ese momento alguien entró sin permiso en el despacho. Una mujer rubia con el pelo corto se acercó para ver lo que estaba pasando. Caminaba rápidamente, como si no tuviese más tiempo que perder.
Gellert comprendió quién era: la jefa de la casa de Slytherin, Ella Wrang.
Albus le pegó al rubio.
—Esto ha pasado por hablar— dijo preocupado.
La jefa los miró de arriba a abajo, sin comprender lo que estaba pasando.
—¿Qué hacen estos alumnos fuera de la cama?— preguntó.
—Los hemos pillado merodeando por los pasillos—respondió el guardián, que aún no se había movido del sitio.
Ella ce acercó aún más a los dos chicos.
—Cuarenta puntos menos para Slytherin— su mirada se dirigió hacia Albus —Y para Gryffindor. Me encargaré para que la noticia llegue a los oídos del jefe de Gryffindor—
La sala quedó en silencio.
—Podéis iros. Mañana hay clase y son las tres de la mañana— dijo el director.
Dumbledore y Grindelwald asintieron. Salieron rápidamente del despacho y se dirigieron hacia sus casas, sin pronunciar ninguna palabra.

Un Amor Peligroso [Grindeldore]Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz