Capítulo I:Colors

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"Ellos dicen que es una etapa, algo que por momentos se queda en la mente y te abandona cuando ya eres maduro. No me considero una persona madura, y el hecho que tenga una afición por ello lo confirma aún más... Pero ya no tengo catorce años, tengo veintitrés y mi mente se siente en pleno despertar. Estoy más vivo que nunca."

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Cuando Ochako despertó, Midoriya estaba a su lado. Bañado, despojado de los vestigios de su pícara huida al sótano y con los ojos tan abiertos como faros en medio de la espesa noche; ella dio un largo suspiro y se dio medía vuelta para acurrucarse a su lado, apreciando el calor que su novio emitía. Se levantó levemente y le entregó un pequeño beso en la mejilla antes de apoyar la cabeza en su pecho y trazar con cuidado pequeños círculos en su estómago. Era increíble que después de todo lo que Izuku comía, —que no era poco— siguiera teniendo unos músculos bien definidos; ella tomaba agua y su estómago se volvía gelatina. Tal vez era culpa del entrenamiento físico que hacía cada día en su patio trasero, siguiendo rutinas de internet que parecían fáciles hasta que ella las intentaba hacer y quedaba con la garganta seca. En ese sentido, su novio era un diez de diez. Con una resistencia física envidiable. Sin embargo, cuando algo rondaba en su mente, podía oír cómo murmuraba incoherencias en la mudez de su silencio. Lo conocía hace tanto que... Podía oler la duda en su piel.

Vivían en el mismo barrio residencial desde que eran unos mocosos llorones, con las casas enrejadas en madera blanca y el sueño americano dentro de las paredes tapizadas en mentiras. Un lugar lindo, quizá lujoso pero no del todo inalcanzable. Cuando tenían cinco años, Izuku era tan tímido y bonito que los propios docentes del establecimiento educativo en donde asistía lo confundieron en más de una ocasión con una niña; él lloró tanto que Ochako se acercó y lo consoló para que fuera capaz y les dijera a sus propios profesores que era un niño valiente. Desde ese momento difícilmente recuerda haber huido de su lado, eran amigos de años. Estuvo ahí cuando su padre falleció y lo vio llorar cuando se enteraron que su madre poseía cáncer, y para ese entonces ya eran novios desde hace unos años. Nunca se enteró exactamente de qué hizo para hacerse cargo de los gastos de su pequeña familia pero su padre le dijo que: "los hombre nos arreglamos para salir adelante con los problemas, está en nuestra naturaleza arcaica y cazadora. No lo compliques con preguntas incómodas, hija. Él necesita tu apoyo y no las dudas". Con eso quedaba satisfecha, bueno no del todo.

—Izuku, ¿qué ocurre? Estás muy callado para ser un sábado por la mañana—el nombrado dio un pequeño salto y se guardó las palabras en la punta de su lengua, ella lo notó inmediatamente—. Vamos, somos novios, háblame de tus pecados pequeño pecador.

¿Mis pecados? pensó el chico mientras trataba de formular una palabra en su boca. La verdad era que, estuvo toda la noche pensado en una respuesta lógica a su comportamiento impulsivo y llegó a la conclusión que podía ser enteramente heterosexual y gustarle la estimulación anal. No se hacía gay si le gustaba de vez en cuando un masaje en la próstata, ¿o sí? Es decir, aún la deseaba a ella, aunque... Katsuki con su bonito miembro seguía rondando desnudo y montado en una bicicleta en su mente, y haciéndolo parecer un paranoico que corría despavorido de él con una mochila llamada heterosexualidad en la espalda; probablemente ya había caído en la demencia. En unos diez años estaría en la habitación de su psiquiatra y le estaría contando amargamente que estaba casado con una mujer hermosa y poseía hijos inquietos, con un trabajo bien remunerado; poseyendo la familia perfecta... Sin embargo, aún deseando a un idiota que le había sonreído feo en el baño de la universidad.

—Izuku, ¿me vas a contar o tendré que sacarlo de alguna manera...?—no notó el juego en las palabras así que habló, se desintoxico de ese pensamiento poco común en su cabeza. De la culpa y la confusión.

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