La primera vez que me despedí

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Aquel grupo de mujeres se acercaba mientras hablaban entre todas.

―Si... ¿Qué será de él? ― decía una rubia que llevaba un cochecito con dos bebes.

―No lo sé, pero... de alguna forma no recuerdo como Orión se fue, a veces hasta me cuesta recordar como era su cara... ― decía una mujer con cabello color guinda ― un auto y... ― Sujetaba su cabeza como si le doliera recordar.

Orión... Sólo por escuchar ese nombre sentí mi corazón latir y como aquel calor se esparcía por mi interior.

Recordé, recordé lo que tantos terapeutas y lo que mi psiquiatra se empeñó en que olvidé, lo que mi madre trataba de no mencionar, la persona que me hizo entrar en este deprimente estado.

¿Por dónde comienzo?

Fue un lunes cuando todo cambio. Emocionado por volver a verlo, por ver a la única persona que me había dado algo de calidez, que me había hecho sentir especial, que me había hecho pensar que era querido. Todo era mentira, todas esas palabras tibias lo eran... él hizo lo que hace cualquier persona cuando le aburre su juguete, sólo va por uno más interesante.

Lo esperé... lo esperé toda la tarde hasta que el sol se escondió, deseando ver su tonta sonrisa, esperando que sus cálidos brazos me rodearan en esos amorosos abrazos que solía darme a la fuerza, pero no llegó. Con la voz de mi mente callada no sabía que pensar, él me había plantado, pensé que le había pasado algo, pero simplemente no sabía que pensar y así fue como pasaron los días. Salía siempre con la ilusión de verlo apoyado en aquella pared, esperándome para caminar juntos, que me preguntara cosas, que hablara sobre temas sin interés y me contara malos chistes.

Llegué a un momento en el que simplemente abría la puerta principal para verificar si esa persona se encontraba esperándome y volvía a mi habitación a acostarme, a ahogar el dolor con más dolor y esos pensamientos que me impedían dormir, pero siempre venía la calma, esa paz que me dejaba dormir tranquilo, sin pesadillas y sin preocupaciones, así fue como decidí querer dormir por siempre...

A la segunda semana de la desaparición de aquella persona decidí tomarme todas las pastillas para dormir de Erick, así podría dormir para siempre, así podría tener siempre esos hermosos sueños cubiertos de esa cálida luz color celeste que me recordaba a sus ojos.

Desperté en una cama de hospital, con mi madre a mi lado, sujetando fuertemente mi mano. Era gracioso, había intentado suicidarme nuevamente, pero él no estuvo ahí para salvarme, me dejaron internado unos días en observación, pensando que podía ser dañino llegar de repente al mundo real.

―Max, los doctores piensan que sería bueno que vieras a un psiquiatra... ― dijo mamá en aquel momento.

―Mamá no estoy loco.

―Hay uno realmente bueno, yo estuve ahorrando y ya pagué algunas consultas por adelantado, por favor sería bueno que hablaras un poco con él, por favor...

Y así fue, completamente vacío decidí ver a ese famoso psiquiatra, gracias a eso mamá me dejó volver a la escuela que por alguna razón me hacía olvidar un poco a aquella persona.

Mamá me llevó a un lujoso edificio y me acompañó sentándose junto a mí frente a la puerta con el nombre del Dr. Damon Payne en dorado. La secretaria con cabello rojizo y una coleta alta jugaba con el cable del teléfono mientras coqueteaba con un repartidor.

―Max Miller con el Dr. Payne ― dijo mientras contestaba una de las llamadas y Kate con una sonrisa fingida me hacía entrar a aquella consulta dándome unas pequeñas palmaditas en la espalda.

Cuando mis alas desaparezcanWhere stories live. Discover now