Para poder ver, hay que cerrar los ojos

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—Recuerda, serás una excelente madre —balbuceó Kavi mientras sus ojos parpadeaban. Kavi se desplomó en el piso y me quedé mirándolo petrificada. La sangre espesa manó de su cuello. Parpadeé a través de mis lágrimas y, mirando a Román, pregunté: — ¿Lo mataste?

Román pasó de largo los cuerpos de Annuska y Sharon y atrajo el cuerpo de Kavi hacia él, colocándolo sobre sus rodillas. Escondió su rostro en el pecho de Kavi y vi su cuerpo estremecerse de dolor. Mi mente se negaba a procesar lo que mis ojos veían. Luego, una estruendosa carcajada nos obligó a mirar más allá de los cuerpos inertes que yacían en el suelo.

—Lo que hiciste fue agilizar mi trabajo, iluso.

Los latidos de mi corazón vibraban en mi pecho, mi respiración se atascó y el ambiente se volvió frío; esto no me gustaba para nada. Darío emergió de entre las penumbras. Llevaba puesto un traje gris, con los dos primeros botones del cuello desabrochados. Me miró de arriba abajo con una mueca lobuna en los labios.

—Por fin se ha hecho justicia —comentó Darío, con voz insensible—. Todo ha salido mejor de lo planeado.

— ¿Planes? —cuestioné, su actitud me estaba confundiendo.

—Eres la mujer más imbécil que he conocido —contestó Darío con infinita arrogancia.

— ¿Por qué me hablas así? —reproché, confundida.

Darío sacudió su cabeza, luego lanzó una risa soberbia sin perder su postura.

—Trabajé muy duro para ver a Kavi caer. Ahora sigues tú. —Darío se echó a reír ante mi reacción. —No te preocupes, Lica, seremos breves, ¿no es así, Román?

Miré a Román en busca de respuestas. Esquivó mi mirada; sentí un mal presentimiento.

—No me llames, Romano —masculló Román, apretando la mandíbula.

—Siempre supe que serías más listo que Kavi, rompiste las cadenas que te ataban a él —expresó Darío con voz grave—. Te felicito.

—No entiendo nada —dije mientras un sudor frío descendía por mi espina dorsal.

—Déjala ir —mandó Román a Darío.

—Sabes que no podemos hacer eso —contestó Darío, soltando un suspiro de fastidio—. Es una pena tener que prescindir de tus servicios, Lica. Román, no me hagas ver como el malo.

— ¿Qué? —Me pasé la lengua por los labios resecos— ¿De qué diablos está hablando, Darío?

—Créeme, Lica, me resultó muy difícil tomar esta decisión —comentó Darío, fingiendo dolor—. Pero toda la culpa la tiene Román, no yo.

—¡Cállate! —Gruñó Román, ofendido ante la insinuación.

Darío se encogió de hombros.

—Lica, el plan original era eliminarte cuando nos informaras el paradero de Beth.—Mis ojos se agrandaron ante la revelación—. Desde el principio siempre te hemos mentido.

Mis labios empezaron a temblar, esbocé una sonrisa irónica al comprender lo que mis instintos siempre me gritaron. Noté que mi corazón se aceleraba, la ira y el odio hirviendo bajo mi piel.

—Dime que eso no es cierto, Román—me obligué a decir, con los dientes apretados.

Darío bufó antes de continuar.

—Claro que es cierto, y lo sabes. Había personas que trabajaban para Kavi pero que eran leales a mí. Me comentaron de ti, recolectaron toda la información que necesitaba. Al leer tu informe, cuestioné las razones por las cuales Kavi te retenía. Sin temor a ofenderte, no eras nada fuera de lo común, es más, estabas muy por debajo y, aun así, él se empeñó en adiestrarte—dijo Darío con voz ronca, sonando desquiciado—. Le llevé a Román toda la información, que no era mucha, pero sí bastante esencial para comenzar. Lo único que te pusimos en la mesa fue tu regreso a casa y aceptaste. Sin preguntar ni objetar nada. Un error de tu parte.

Soy LicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora