¿Bailamos?

466 55 107
                                    

Tuve que esperar a Román en el pasillo que daba a la puerta de emergencia porque había salido a comprar unas sandalias y una gorra para no ser captados por las cámaras. Me sentía tensa a pesar de las protestas de Román para que actuara lo más normal al mezclarme con las personas. Me urgía gritar a los cuatro vientos mis penas, pero en este país olvidado por Dios, dudaba que alguien se apiadase de mí o ¿tal vez eso era lo que Román quería que pensara?

— ¿Adónde vamos, Román? —pregunté al verlo indeciso sobre qué rumbo tomar.

—No lo sé —se rascó la barba, pensativo—. Algo se me ocurrirá.

— ¡Estás demente! —solté su mano y me detuve—. Me niego a estar dando vueltas sin sentido por estos lugares.

—Me ves cara de guía turístico —respondió con sorna.

—Tienes razón, posees cara de zopenco, pero no de guía turístico —repliqué e hice una mueca de desagrado.

Román me atrajo hacia él, su aliento tibio me hormigueó la piel.

—Te dije que saldríamos por un buen rato —murmuró sobre mi cabello—. A menos que desees regresar para velar el sueño de tu bello durmiente.

Lo empujé refunfuñando y comencé a caminar, dejando atrás a Román en esa calle desierta de Asmara. En menos de un minuto, lo tenía a mi lado; aprovechó para colocar su brazo alrededor de mis hombros.

— ¿Te has montado en un camello, Lica? —No pude evitar reírme por lo tonta que me pareció su pregunta. Nací en el Caribe y de dónde vengo los camellos solo están en el zoológico—. ¿Te hice una pregunta, Lica?

—Nací en el Caribe, Román —contesté—. Allá no hay camellos.

—Los caribeños, de por sí, son trigueños o de tez negra —dijo, amortiguando una carcajada maliciosa—. Tú no posees ninguna característica típica de una persona nacida en el Caribe, a no ser que tu madre le haya montado, lo chifles a tu viejo.

Me detuve inmediatamente. ¿Cómo se atreve a insinuar algo así de mi madre? Me hormigueaban las manos en retorcerle el cuello, como si captara mis intenciones, salió corriendo. Su risa me incentivó a seguirlo. Le grité para que se detuviera, me molestaba como los mil demonios que se burlara de mí. Cruzamos dos calles en el proceso.

— ¡Detente, Román! —Le grité a todo pulmón—, ¡Que te pares, te digo!

— ¿Para qué? —Replicó mientras corría —Creo que descubrí un secreto a voces en tu familia.

Me detuve para quitarme una de las sandalias; la lancé con la esperanza de que impactara en su cabeza, pero chocó con la esquina de una pared por donde Román entró. Maldije por mi mala puntería. Antes de entrar por el callejón, recogí mi sandalia para ponérmela. La poca luz que me brindaba un poste de luz no me permitía ver bien hacia dónde se fue Román. Pasé por varios puestos de madera cubiertos por lonas, como un tipo de mercado o algo así. La luz de la luna vino a mi rescate cuando la del poste me falló. No veía a Román por ningún lado, todo estaba muy oscuro y frío, y dos ratones salieron de un agujero provocándome un sobresalto. Se me erizó la piel a causa del repentino miedo que me embargó. De repente, unos fuertes brazos me envolvieron por detrás y me alzaron para hacerme girar. Grité como una endemoniada mientras las carcajadas de Román inundaban el lugar.

— ¡Suéltame! —grité—. Me estás mareando.

Román se detuvo, pero aún me sostenía en sus brazos.

—Prométeme que no intentarás hacer nada estúpido —dijo en medio de una carcajada.

Le prometí que no haría nada, pero no tenía intención de cumplir mi palabra. Lentamente, me bajó, y de repente me azotó el trasero.

Soy LicaWhere stories live. Discover now