Kavi

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"No dependas de nadie en este mundo,

porque hasta tu sombra te abandona

cuando estás en la oscuridad".

— ¡Señor! ... ¡Señor , por favor deténganse!

"Dios, ¿hasta cuándo tendré que soportarlos?" Esta rata estaba esperándome detrás de unos contenedores de basura, y desde que me vio, no ha dejado de seguirme y suplicar que le preste atención.

Apela a mi alma bondadosa. El problema es que no tengo. Las personas confunden la persistencia con la necedad. La necedad obstruye las oportunidades, mientras que la perseverancia te llevará más lejos, incluso más allá de lo que puedes ver. Y ahí radica el problema: yo no soy un camino de oportunidades. En cambio, si eres inteligente, sabrás que conmigo no se juega.

— ¡Señor, Kavi!

Cerré los ojos y maldije en silencio. Me detuve y le indiqué a Bavol que dejara que se acercara el dueño de esa intolerable voz. Este, al ver que "accedí a escucharlo", no perdió tiempo y corrió hacia mí. Se postró con el rostro en el suelo, musitando palabras incomprensibles para mí mientras chequeaba mi reloj; noté que era tarde. Hice una señal a Elías para que lo levantara.

— ¡Gracias, mi señor, gracias!

Escudriñé su rostro tratando de recordarlo, y no me tomó mucho tiempo hacerlo. Vino hacia mí suplicando mi ayuda hace meses atrás. No sé por qué accedí, porque de antemano sabía que no iba a cumplir. No es más que un pobre diablo.

— Gracias por perdonarme la deuda —agradeció entre lágrimas.

Toqué su hombro dándole pequeñas palmadas de consuelo. Bavol sacó su pistola, listo para sacarlo de mi camino. Le hice una leve señal con la mano para que la guardara; esas balas me costaron mucho y odio los desperdicios.

—Descuida, amigo mío —dije con parsimonia.

Pobre iluso. De rodillas, besando mi mano y tratando de ablandarme con palabras melosas y vacías. El infeliz cree que haciendo todo este drama barato le perdonaré la deuda. Si haces un trato conmigo, me cumples o te mueres. Si quisiera escuchar zalamería barata, iría a la iglesia o a un evento caritativo.

— ¡Señor, Kavi! —El imbécil volvió a besar mi mano—. Le estaré eternamente agradecido.

Este tipo es como un clavo en el zapato. Con la mirada, le ordené a Elías que lo apartara de mí. No estoy de humor para estos actos de circo tan temprano. Elías tomó al sujeto por el cuello y lo estampó contra la pared. Negué con la cabeza; detesto los actos de violencia sin motivo.

—Elías, no trates así a nuestro amigo —intervine. Mi guardaespaldas Elías es muy apresurado en lo que tiene que ver con romperle el cuello a alguien. Uno tiene que saber cuándo se puede y cuándo no, y para suerte del tipo, hoy no se puede—. Suéltalo.

—Mi hija, Tara, cumplirá dentro de pocos días 19 años, mi señor —balbuceó, agradecido de que lo salvara una vez más—. Mi familia estaría eternamente agradecida si nos acompañara en su celebración.

Suspiré sin ganas y esbocé mi mejor sonrisa para continuar mi camino. Le respondí por encima de mi hombro.

—Felicidades, amigo mío. Bavol, comunícate con mi secretaria para que me recuerde enviarle un regalo a la pequeña Tara.

No pienso perder más tiempo y reanudé mis pasos. Escuché a lo lejos su grito de agradecimiento. Si supiera que, desde hace tiempo, su bella hija Tara se encargó de pagar su deuda.

Dentro de mi despacho con un vaso de coñac en la mano, merodeo por los rincones incoherentes de mi mente

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Dentro de mi despacho con un vaso de coñac en la mano, merodeo por los rincones incoherentes de mi mente. Mi tranquilidad es tan fugaz como la vida. La mente es un baúl de infinitas memorias y sueños, pero también de dolorosos recuerdos. No encuentro salida a este dolor que me carcome. Su silencio aterroriza mi corazón, y las voces en mi cabeza me estremecen. Ausencia, dolor, culpa y arrepentimiento es todo lo que puedo sentir desde su partida.

La puerta se abrió y Bavol asomó su cabeza. Con mi mirada le indiqué que su estadía fuera lo más breve posible; sabe que detesto las interrupciones cuando estoy meditando.

—Aquí está el último informe, señor —responde Bavol con tono suave.

La vida está llena de fascinantes misterios. Bavol posee un cuerpo robusto y es bastante grande, pero lo que sabe hacer provoca que todos tiemblen ante su presencia, aunque su timbre de voz sea de lo más infantil.

—Ponlo sobre la mesa y lárgate —dije con firmeza—. Espero que todo esté listo para mañana, no me gustan los errores. Creo que fui lo bastante claro la última vez.

—Sí... señor.

—No me gusta ese tono de duda, todo debe marchar como lo especifiqué —indiqué, con un amago de sonrisa aflorando en mis labios.

Cierro los ojos y respiro profundamente, tratando de calmarme. Abro el expediente y miro de forma superficial todos los detalles del evento de mañana. Nada puede salir mal; tengo muchos socios y espero lucrarme bastante con este evento.

—Si ocurre algún error, todos lo pagarán muy caro —dije, y para dar énfasis a mis palabras, doy un fuerte golpe al escritorio—. ¡A trabajar!

Bavol salió de mi oficina como alma que se la lleva el diablo. Dejo los papeles del evento de mañana sobre el escritorio; pienso leerlos más adelante. Ganaré mucho dinero en esta subasta. Todo tiene que salir como lo he planeado.

Tomo otro sorbo de coñac y detengo la vista sobre el infame informe psicológico del doctor Lereaux, al que me sometí de manera voluntaria hace unos meses. Mi mente es el órgano que, después de mi pene, es el que más aprecio le tengo. Según el informe del doctor Lereaux, soy una persona inestable. Basó su análisis en algunos comentarios que dije, con la clara intención de ayudarlo.

Le comenté que desde hace años practico el mitridatismo, no fumo, bebo con moderación, soy ecologista, amante de los animales y algunas otras cosas más. Y eso le dio carta blanca para elaborar un perfil de tal vil calaña. No tengo que decir que hice un favor al cuerpo médico al eliminar a ese embustero que se hizo llamar especialista en la materia.

He pagado con sudor y sangre el precio de ser quien soy ahora. Pulvericé con mano dura todas las piedras que encontré en mi camino y con eso construí mi imperio. Destruí todas las piedras, excepto una...

Susurro al viento tu nombre y me pregunto qué será de ti. Todas las noches, procuro retener en mi memoria esos momentos en los cuales éramos inseparables, más que amigos, más que hermanos; fuimos padre e hijo.

Cuando nos encontremos, ¿qué podría decirte? Tal vez te diría lo decepcionado que me siento de ti. Quien ha sacrificado todo por un hijo ingrato sabe que el precio de su indiferencia es un pago cruel y lastimero.

Dudo que se cumpla en ti el dicho que reza que el alumno siempre supera al maestro, porque soy un maestro en constante aprendizaje. Me gustaría tanto verte. Me pregunto si continúas culpándome de tus desgracias.

Romano, mi pequeño Román. ¿Qué estarás tramando ahora, hijo mío?

 ¿Qué estarás tramando ahora, hijo mío?

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Soy LicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora