Las madres de mis hijos

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Han pasado algunos días desde la última vez que vi a mi amigo Rosendo. El muy traidor estaría pasándoselo de lo lindo como masajista. Me estaba costando mucho conciliar el sueño por las noches. Gemí para mis adentros cuando escuché que giraban el manubrio de la puerta. Podría tratarse de Kavi, o algún personal de la servidumbre. La verdad era que no deseaba ver a nadie en estos momentos.

— ¿Cómo estás? —preguntó Kavi, que iba vestido de negro.

—Creo que bien—mentí.

— ¿De verdad? —dijo, caminando hacia mí.

Se sentó sobre el colchón, tomando uno de mis pies. Se molestó cuando intenté quitarle mi pie. Sin embargo, frustró mi plan y comenzó a frotar la parte superior del pie con los pulgares. Movió sus pulgares de arriba abajo sobre mi tendón de Aquiles, lo frotó con movimientos circulares. No lo pude evitar, giré los ojos mientras mordía mi labio inferior de puro placer. Se me escapó un pequeño jadeo cuando apretó y tiró de cada dedo de mi pie.

— ¿Te gusta? —preguntó, complacido de mi reacción. Para qué mentir, asentí mientras le pasaba el otro pie—. El doctor dice que sufres de estrés, y como madre de mi próximo hijo, necesito que estés bien.

Esa noche, cuando regresamos de las oficinas de Román, me efectuaron algunas pruebas para comprobar el estado de mi bebé. El doctor le advirtió a Kavi que si mantenía esos niveles, el bebé podría sufrir problemas como déficit de atención, hiperactividad y tal vez también problemas de conducta. Luego, el doctor le explicó que cuanto más alto era el nivel de cortisol en el líquido amniótico que envolvía al bebé, más bajo sería el nivel de coeficiente intelectual del bebé.

—Hoy llegan más mujeres al recinto, ya no doy abasto—dijo, como si estuviera hablándome de un negocio de pollos. Sus palabras fueron un latigazo que me hizo estremecer de dolor. Me partía el corazón solo pensar que esas mujeres iban a pasar lo mismo que yo—. Pero no temas—sonrió sin ganas—, no te cambiaré por ninguna, Jaya.

Pasaron algunos segundos antes de que respondiera.

—No me preocupa que me cambies, Kavi, sé que no soy la única—respondí a desgana.

Mi respuesta le impactó, no estaba muy segura. Me basé en su expresión de asombro. Kavi se inclinó para recostarse sobre mi pecho. Me abrazó y olió mi piel, dejándome petrificada.

—Me encanta oler tu exquisita esencia, tóxica y adictiva al mismo tiempo—su voz se desvaneció en una risa picardía.

Sentí escalofríos por todo el cuerpo, deseaba con todas mis fuerzas que se apartara de mí. Tenerlo tan cerca me hace recordar todas las noches en que usó mi cuerpo para su satisfacción.

— ¿Podrías continuar con los masajes, Kavi?—dije como excusa para que se alejara. Asintió, y mientras masajeaba mis pies, le pregunté — ¿Dónde están las madres de tus hijos?

—Mis hijos no necesitan una madre—respondió de forma cortante.

—Nunca subestimes el rol de una madre —repliqué y luego pensé que ¿no estaría pensando en quitarme a mi bebé?

— ¿Cuál es la función de una madre cuando tienes que obligarlas a llevar a tus hijos en sus respectivos vientres? —dijo, mirando a su alrededor como si buscara una respuesta en alguna parte. Luego, me miró y añadió: — Supongo que puedes que tengas razón. ¿Crees que Luminitsa está haciendo un buen trabajo?

— ¿Dónde están sus madres? —insistí.

La mirada que me dio Kavi fue indiferente. Esbozó una mueca y dijo:

—Cappi, Gyula y Wess son hijos de la misma mujer, se llamaba Millca. Si te soy sincero, nunca la amé. Nuestro punto de quiebre fue cuando descubrió que iba a tener otro hijo mientras ella gestaba a Wess.

Soy LicaWhere stories live. Discover now