Serendipia

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Kavi desapareció desde su encuentro con Román. Algo que agradecí en el alma. La noche llegó tan rápido. Según me comentó el doctor, si todo marchaba bien, me darían de alta mañana. Me quedé dormida, pero un insistente hedor a cigarrillo me despertó. Abrí los ojos y Annuska expulsaba humo por su boca, separando apenas los labios y elevando la barbilla, una consistente mata de humo envolvió sus facciones.

—¡Estás loca! —me quejé—. No deberías fumar cerca de mí.

Me regaló una gélida mirada; se veía perturbada, algo molesta, sí, pero con una falsa imagen de confianza que me erizaba la piel.

—Me importa una mierda —masculló con desprecio.

—Sé que no te importa una mierda mi existencia —repliqué, molesta—. Pero también sé que no eres una idiota para saber que si le llevo la noticia a Kavi de que me estás fumando alrededor mío, estarás en serios problemas.

Tomó otra calada, lenta, y la expulsó frente a mi cara.

—No me importa —Sonrió con su habitual manera burlona—. Ahora, levántate.

— ¿Por qué debería hacerlo? —tragué saliva; su comportamiento me parecía sumamente extraño.

—Deberías —dijo con frialdad.

—Y si no lo hago, ¿qué pasaría? —lancé con una ceja enarcada.

Un músculo palpitó en sus sienes.

—No te gustaría averiguarlo —expresó, con una mueca irónica.

Su respuesta no me convenció.

—Quiero que te vayas, Annuska, ahora —le ordené con firmeza.

—Todas las noches me pregunto, ¿qué fue lo que el Maestro vio en ti? —susurró mientras abrió un pequeño bulto y sacó algunas prendas—. Quizás nunca sepa la respuesta; tal vez nunca entenderé lo que sucedió contigo en realidad.

¿Será que Kavi decidió darme de alta, ignorando la recomendación del doctor Thunder? Había algo que no me terminaba de cuadrar, algo andaba mal, mis sentidos lo gritaban. Dudo que Kavi, estando al tanto de que tuve una visita de Román, enviara a Annuska, y no a uno de sus guardias. Sé que ella era fuerte pero no para enfrentarse a un tipo como Román. Si este decidía regresar para hacerme daño, como creo que piensa Kavi.

— ¿Kavi sabe que estás aquí? —pregunté con cautela.

—No, no lo sabe —Annuska cortó la distancia que nos separaba, y mi sangre se congeló al ver la silueta de un arma oculta detrás de su espalda—. Y no tiene por qué saberlo.

Respiré hondo. Sabía que este comportamiento no era para nada común en ella. Conté cada paso que dio Annuska. Venía a matarme. Siempre le tuve miedo y rencor por partes iguales. Ahora, una vida dependía de que usara la última emoción en vez de la primera. Traté de mantenerme impasible. No quería que dedujera mis movimientos. La tuve bien cerca, le conecté una patada en el estómago, igual como a ella le gustaba asentarme al inicio de conocerla.

— ¡Te gustó, sádica de pacotilla! —me burlé, la tomé del cabello y le propiné un fuerte puñetazo en la cara.

Escuché su grito mientras veía cómo de uno de sus orificios empezaba a salir sangre. No permití que reaccionara, porque estaría perdida.

—Se te acabó el papelito a lo Ronda Rousey —alguien me haló el pelo con brusquedad, luego puso una navaja en mi cuello.

Utilizando mi propio cuerpo como palanca, empujé a la persona que me estaba halando el cabello hasta aprisionarla en la pared. Logré liberarme, pero Annuska tomó ventaja y me lanzó al piso. Caí sobre mi trasero y retiré los mechones que obstaculizaban mi visión. Vaya sorpresa me llevé.

Soy LicaWhere stories live. Discover now