Ella sonrió, algo apenada.

—Mmm sí, supongo que sí —dijo—. ¿Por qué?

—No puede ser —dije. Pasé una mano por mi cabello.

—¿Qué pasa? —pregunta ella.

—Que vine desde mi casa hasta acá solo para esto —negué con la cabeza—. Por lo menos, no lo sé, invítame a comer o algo así.

Jade enarcó una ceja.

—¿Qué yo te invite a ti?

La observé, sonriendo de lado. Esto de coquetear me salía inconsciente.

—Es decir, ¿tú aceptarías que yo te invite a cenar? —le pregunté.

—Sí —dijo, sonrojándose—, creo que sí.

—Entonces, vámonos —dije. Tomé a Jade de la mano y la arrastré conmigo.

—¿Es en serio? —pregunté, aún sin creérmelo.

Jade y yo habíamos ido a un café. Nos sentamos al fondo, en una mesa para dos. Pedimos un café cada uno, y unas reposterías para compartir.

El café no estaba lleno pero preferimos quedarnos ahí para poder conservar algo de privacidad. A nuestro lado, una pareja de viejitos comían juntos, mientras charlaban y se tomaban las manos por sobre la mesa. Amor puro.

Llevábamos poco rato hablando pero Jade ya había entrado en confianza conmigo. Me había contado un poco de su familia y de su vida. Justo entonces, acababa de contarme una anécdota que no acababa de creerme.

—Sí, es en serio —dijo ella entre risas.

Reí aún más.

—¿Es en serio? No puedo creerlo —dije—. ¡Se la agarraste a tu papá!

—¡Cállate! —dijo— No quiero que el mundo lo sepa.

Volví a reír.

—Deja de reírte —me dijo ella, riendo también—. Era una niña, no sabía lo que estaba haciendo. Es decir, ni siquiera sé porque lo hice, solo pasó.

—¡¿Solo pasó?! —digo— Suena como un accidente hecho a propósito.

—Eso es imposible.

—Claro que no —respondo—. Eras una niña golosa y, como viste a tu papa en pijama, se la agarraste y fingiste que no sabías qué era eso.

Ambos reímos.

—¡Ya cállate! —dijo. Cruzó los brazos, fingiendo que se molestaba— No vuelvo a contarte nada.

Enarqué una ceja a Jade. Claro que volvería a hacerlo. Ella, desdobló los brazos y se llevó las manos a la boca para volver a soltar risotadas muy contagiosas. Pronto, yo también me volvía a reír.

Seguimos comiendo y conversando durante un rato más. Le conté a Jade un poco sobre mis padres y lo de mi pelea con Brad. Ahora que lo pienso, mi vida no es muy interesante. También le comenté que busqué trabajo para poder comprarme aunque fuese una moto, porque necesitaba transportarme. Me dijo que dependiendo de mi manera de trabajar, podría subirme el sueldo en el futuro y así ayudar a la causa.

Durante nuestra conversación pude darme cuenta de la personalidad de Jade. Era una persona muy positiva y alegre, aunque no lo pareciera al inicio. Pero no estoy muy seguro, quizás solo está bajo los efectos de mi sensualidad.

—Aquí tiene, señorita —dijo el mesero dirigiéndose a Jade, con una sonrisa maliciosa mientras le tendía la cuenta.

—Eso, es mío —dije, arrebatándole el papel de las manos.

Muriendo Por El Asesino ©Where stories live. Discover now