C A P Í T U L O I I

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KALEN

«Espera, espera... ¿que fue lo que dijo?»

«¿Entonces ella...? Pero si es así, yo no puedo»

No sabía mas bien no podía responder a su pregunta, porque hacerlo me obligaba a recordar el pasado... mi pasado. Y acababa de dejar a un lado todo mi tormento interno como para que vuelva a pensar en ello.

Aunque aparentemente fuera fácil explicarle o más bien recordarle que ya nos conocíamos, no podía decírselo. Muchos recuerdos iban acompañados el día que la conocí, porque ese mismo día había sido el último en el que yo había salvado a una persona y esa misma persona había sido ella.

Y si sigo pensando en ese hecho es porque lo que sucedió después desencadenó grandes acontecimientos que marcaron gran parte de mi vida.

Pero ahora, luego de tres años he vuelto a salvar a una persona... que extrañamente ha sido ella misma. Pero eso no significa que ese poder haya vuelto a mí por completo ¿o sí?

Viene a mi memoria que la primera vez que la ayudé, no fue en una situación muy agradable. De hecho, jamás ha sido así en todas las veces que he tenido que ayudar a alguien, con decir que siempre tenía que tratar a personas heridas de gravedad o a punto de morir es suficiente para entender que esto era peor que ser un médico real; y todo esto por tener una habilidad que nadie más tenía, esa que con mis manos podía curar a cualquiera, les brindaba energía y ellos recuperaban la salud mientras la mía se consumía. Pero se suponía que todo esto había terminado el día que nos conocimos. Desde esa vez he dejado de sentir dolor y también desapareció mi habilidad de sanar. Y ese mismo día fue mi única oportunidad de presentarme a una persona por quién era realmente, como Kalen, un simple niño y no como un príncipe temerario.

Mi boca estaba un poco abierta emitiendo un sonido cercano a una "aaaaah" y ella seguía esperando una respuesta de mi parte con la mirada baja.

          —Leylah, Leylah, ¿donde estás? —preguntó en un susurro una voz lejana a las nuestras. Parecía ser la de una mujer que la llamaba doblando la esquina del castillo.

Leylah dudó en un primer momento pero terminó por asomarse a esa esquina y alguien la alejó de mi campo de vista, tomándola de la mano. Se oían murmullos entre varios "¿qué pasó? ¿Cómo es posible que sigas viva? ¿Te duele mucho?"

Al parecer estas mujeres están más ciegas que un murciélago en pleno día. Porque ninguna le decía que la ayudaría o al menos que le limpiarían las heridas que tenía encima.

Aunque se había puesto de pie, con apenas unos moretones y cortes en su rostro, había dejado de perder sangre y parecía que su vida ya no corría peligro —milagrosamente, eso daba a entender—, pero eso no significa que cualquiera tenga la osadía de lanzarle preguntas sin preocuparse antes por ella o al menos acompañarla a su habitación para que descanse. Ni siquiera muestran compasión como para limpiar la sangre seca de sus brazos. Eso... esto es demasiado.

Camino para acercarme por aquel estrecho y sombrío sendero del que provenían las voces de las sirvientas y ellas con tan solo verme se inclinaron con reverencia y mi presencia provocó que todas enmudecieran.

—Buenos días —carraspeé intentando romper el voto de silencio que ellas habían tomado.

—Buenos días —respondieron al unísono.

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