En lo que a Gael respecta, no he sabido nada de él en meses. Lo último de lo que me enteré en relación con él, fue que su padre, David Avallone, había retomado la presidencia de Grupo Avallone. Desde ese momento, Gael pasó al anonimato por completo y no puedo evitar estar agradecida por ello.

Él más que nadie merecía ser dejado tranquilo y, saber que el escándalo ha mermado hasta el punto en que los medios de comunicación han dejado de indagar en su pasado, es lo más gratificante que he podido experimentar.

Lo único que espero, es que se encuentre bien. Que esté arreglando su vida y que el dinero de las regalías de los libros le sirva para algo.


El golpeteo en la puerta de mi habitación me hace alzar la cara de golpe y salir de mi ensimismamiento.

La sonrisa socarrona de mi padre me recibe y entorno los ojos solo para hacerle ver que sé perfectamente que está burlándose de mí. De mi agotamiento.

—Tu madre dice que está lista la cena —dice, sin dejar de sonreír mientras se cruza de brazos.

—No te rías de mí —mascullo, en su dirección, al tiempo que me incorporo en una posición sentada—. Ya voy.

La sonrisa de mi papá se ensancha.

—No me río de ti —dice, pero el tono de su voz es tan divertido, que sé que está a punto de echarse a reír a carcajadas.

Ruedo los ojos al cielo.

—Espera a que retome el ritmo y no me verás ni el polvo —me defiendo y él suelta una risa suave.

—Tómatelo con calma, princesa —me guiña un ojo y la calidez me invade el pecho—. Iré a llamar a tu hermana. Baja, que tu madre está esperándonos a todos.

Un asentimiento es lo único que le regalo antes de que desaparezca por el umbral en dirección al pasillo que direcciona a la alcoba de mi hermana y, cuando lo hace, me obligo a bajar de la cama, ponerme los zapatos que acababa de quitarme y echarme a andar en dirección a las escaleras.

Al llegar a la planta baja, lo primero que hago es encaminarme en dirección al comedor, para ayudarle a mi madre a lo que sea que haga falta por hacer y, justo cuando estoy a punto de llegar, el sonido del timbre de la entrada resuena en toda la estancia.

—¡Voy! —grito al aire y, acto seguido, me precipito hacia la entrada sin siquiera cuestionarme quién es la persona que ha venido.

Mi mano se cierra en la perilla de la puerta y abro. En ese momento, me congelo.

La frialdad me ha llenado el cuerpo y una oleada de nerviosismo me escuece las entrañas cuando un par de ojos ambarinos me reciben de lleno.

El hombre frente a mí lleva la mandíbula perfectamente afeitada, el cabello castaño alborotado y deshecho, y la piel pálida. La familiaridad de su rostro es casi tan abrumadora como la sensación descolocada que me provoca el mirarle vestido con apenas unos vaqueros y una playera de mangas largas.

Luce tan diferente a como lo recuerdo, y al mismo tiempo luce tan similar...

—Hola —su voz ronca envía un escalofrío por todo mi cuerpo, y el nerviosismo y la ansiedad aumentan exponencialmente.

—Hola... —sueno recelosa y cautelosa, pero no puedo evitarlo.

—¿Podemos hablar? —la manera en la que Gael Avallone me mira, hace que mis rodillas se sientan débiles. Inestables por sobre todas las cosas.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Where stories live. Discover now