—Tam, no puedes seguir así —la voz de Natalia inunda mis oídos, pero ni siquiera me molesto en moverme de donde me encuentro. Ni siquiera me molesto en levantarme de la cama o hacer el intento de encararla—. Tienes que salir de aquí. Tienes que comer algo. Tienes que levantarte y hacer algo por ti.

No respondo. No puedo hacerlo.

Tengo la voluntad hecha pedazos, la moral destrozada y los aires de autodestrucción que me atormentan a su máxima potencia.

Siento cómo la cama se hunde bajo su peso y mis párpados se cierran. En el proceso, un par de lágrimas cálidas ruedan por mi rostro y absorbo la humedad como puedo. Absorbo el ardor de mis globos oculares, porque no me apetece hacer otra cosa.

«Eres una estúpida. Una imbécil. Una maldita cobarde».

—Tam, las cosas no pueden ser tan malas —mi hermana dice, en un susurro conciliador—. Estoy segura de que si hablas con él; si le explicas, lo entenderá. Él mejor que nadie conoce a su padre. Debe saber de lo que es capaz...

Quiero responderle que no tiene idea de lo que dice. Que, por mucho que Gael sepa cuán hijo de puta puede ser su padre, eso no quita ni borra el hecho de que yo escribí esa novela. Que yo, a voluntad, redacté y plasmé lo que viví con él. David no me obligó a hacerlo. David solo quería un documento que dijera la verdad sobre la vida secreta de su hijo; no un desvelamiento emocional de los más recónditos espacios existentes en su alma. No la revelación de aquello que fue tan íntimo. Que fue tan personal y tan cercano, que casi se sintió real...

Una mano se posa sobre mi pantorrilla y el nudo en mi garganta se aprieta.

—En el peor de los casos, Gael puede pedir que retiren todas las copias del libro de las estanterías, ¿no? —sé que trata de ser optimista, pero lo único que está consiguiendo, es ponerme los nervios de punta. Es ponerme los sentimientos a flor de piel—. Solo... búscalo. Llámalo y habla con él. Estoy segura de que lograrán resolverlo.

Natalia se queda en mi habitación el tiempo suficiente como para conseguir que me acostumbre a su figura echada a mi lado en la cama y para que su presencia a mi alrededor se convierta en una especie de bálsamo. Una especie de analgésico para el corazón. La completa y total resolución de que, aún haya hecho algo horrible, ella siempre estará aquí, a mi lado, a pesar de todo, me hace sentir un poco menos agobiada. Un poco menos horrible...


Finalmente, luego de lo que se siente como una eternidad —y que al mismo tiempo no es suficiente—, mi hermana se pone de pie y murmura algo acerca de ir con mi madre al mercado. Trata de invitarme a acompañarlas, pero yo declino su oferta con una negativa de cabeza y un murmullo que se me antoja incoherente.

Natalia no luce satisfecha con mi respuesta, pero, de todos modos, lo deja estar. Se limita a besarme la sien y susurrar algo sobre regresar pronto, antes de desaparecer por la entrada de mi habitación.



~*~



El caos empezó la mañana del miércoles. Comenzó con una llamada a la puerta de casa de mis papás y una mujer diciendo que trabajaba para un periódico local. Esta, al presentarse con mi padre, preguntó si sabía dónde localizarme para realizarme una entrevista referente al libro que Editorial Edén publicó.

Mi papá, por supuesto, le pidió que se retirara y le dijo que, aunque él supiera donde encontrarme, no se lo diría.

Ese día, dos artículos aparecieron en internet. En ambos se hablaba del contenido del libro y de lo impactante que había sido para los dueños de los respectivos espacios en línea, el darse cuenta de todos los temas oscuros y turbios que el libro toca.

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Where stories live. Discover now