—Jamás los odiaría, abuela.

—Entonces... ¿vienes? —sonríe tiernamente, y no puedo decirle no a esa sonrisa.

—Está bien. Pero deja que me cambie, no saldré en pijamas a ningún lado —sonrío. Ella asiente, emocionada, y sale de mi habitación cerrando la puerta detrás de si.

Suelto un suspiro de resignación y me levanto, yendo directo al armario donde yace la mayoría de mi ropa. Tras ponerme algo cómodo y recoger mi cabello en una coleta, salgo hacia la sala donde mis abuelos están listos.

*****

La reunión vecinal no es tan mala como creí, los anfitriones son un matrimonio joven que tienen una hija de apenas cuatro años. El tema de las charlas varía entre el estado de las calles y la subida del costo del café, las personas mayores yacen en un lado, los adultos más jóvenes en otro, y hay tres niños, entre ellos la pequeña Montgomery, que juegan en los columpios del patio. Luego estoy yo: demasiado salida de lugar, sentada en un sofá en la sala, en un rincón, con un vaso rojo de gaseosa en la mano mientras juego con mis dedos sobre el mismo.

El sonido del timbre me saca de la ensoñación en la que me encontraba, y de repente veo a Harry cruzar la puerta e ingresar con una bandeja saludando a todos con amabilidad. Ignora el salón para caminar directo al comedor, donde deja la bandeja sobre la mesa entre el ponche, el vino, y otros platillos que han traído los vecinos.

Lo veo unirse cómodamente a la conversación de los adultos hasta que sus ojos se posan en mí. Su mirada me deja por un segundo para observar el alrededor de la sala, notando mi soledad, entonces le escucho disculparse y sus pasos se dirigen hacia aquí.

—Evangeline, no pensé verte por aquí —sonríe pícaro. Empiezo a creer que no sabe sonreír de otra manera. Yace parado, cosa que me obliga a mirarle hacia arriba.

—Hola, Harry —saludo —, he venido a pedido de mis abuelos, pero creo que debí quedarme en casa, no soy parte de nada entre los adultos.

—Nadie realmente es parte de nada, querida. Solo es gente que quiere llevarse bien con otra gente...

—Y hablar de asfalto —interrumpo. Entonces se sienta a mi lado mientras se ríe suavemente.

—Ciertamente. Creí que habían concluido el tema en la reunión pasada. ¿Quieres ponche, Evangeline? —ofrece, yo solo niego con la cabeza —Nadie va a decir nada si bebes siendo menor de edad, nadie sabe realmente tu edad de todas formas.

—No es eso —sonrió —, es que no bebo. No sé hacerlo, y no quiero terminar borracha con un vaso —miento sin descaro.

—Bien, eso es comprensible —asiente —. Dame un segundo que me sirva algo —dice mientras se levanta. Lo observo caminar hasta la mesa del comedor nuevamente, y tomar una copa de vino, luego retorna y se sienta más cerca. Mi piel, la expuesta por mis shorts, puede sentir el calor que emana de su cuerpo, hasta siento la tela de su pantalón rozar mi pierna —Tus abuelos no han dejado de hablar de tu llegada desde que se enteraron hace meses —comenta luego de beber un sorbo.

—¿Han dicho cosas buenas? —pregunto en un tono raro que ni yo comprendo. No entiendo la situación realmente, porque no recibo señales claras ni de mí misma.

—Maravillosas, Evangeline. Todos ansiaban conocerte.

—Pues aquí me tienen —señalo —arrinconada en la casa de unos desconocidos —trato de sonar casual, para no sonar desesperadamente aburrida.

—¿Quieres irte? —cuestiona.

—No sé a donde, no tengo llaves de la casa, y no quiero hacer sentir mal a mis abuelos —respondo con sinceridad. Él se toma todo el vino en un trago y veo que su mirada es intranquila, como si se debatiera entre hacer o no algo, entonces se levanta.

—Ven conmigo —pide, tendiendome la mano, e incluso así se siente más como una orden, pero no titubeo en obedecer.

Caminamos hasta el jardín, y entonces me suelta, antes de que alguien nos vea; se acerca al grupo de ancianos, donde yacen mis abuelos, y escucho claramente como ríe por un absurdo chiste que hace alguno de ellos sobre mi presencia en tan aburrida reunión. Entonces mis ojos se abren con sorpresa cuando le escucho pedir permiso para llevarme a pasear un momento por el pueblo, y es ahí cuando decido acercarme.

—Solo la veo aburrida y salida de lugar, y sé que la reunión va a dar para largo, sobretodo con el tema de la calle principal —dice él, mirando fijamente a Rob a los ojos, mi abuela lo mira y luego a mí, entonces sonrió tímidamente haciéndole entender que si no me dejan ir con él no estaré molesta.

—Escucha bien, jovencito —habla mi abuelo, alejándose un poco del grupo con Harry —si la sacas de esta reunión a las... —se calla un segundo y mira su reloj —... a la una, entonces debes entregarla a las cinco —sonríe, autosuficiente.

—Me parece bien, Rob. Ella estará en casa a las cinco —Harry asiente.

—Bueno, que sea a las cuatro. Y no le pongas un dedo encima —Harry solo sonríe y afirma con la cabeza, entonces mis abuelos me miran y sonríen, haciéndome saber que están de acuerdo, y Harry pasa por mi lado susurrando "vámonos" antes de que mis pies empiecen a caminar en su dirección.

*****

Luego de que Harry me llevara a comer y caminaramos un poco por la plaza, hablando sobre mis estudios y su empresa de inversiones, me ofrece un helado. "El mejor helado de pueblo chico", dice cuando entramos al lugar.

Las horas que he estado con él han sido extrañas, no me ha mirado de modo pícaro, ni ha sonreído así; no me ha tocado ni la mano luego de dejar la casa de los Montgomery, y no ha comentado al respecto. Solo ha mantenido esa conducta mandona en la que me ordena sentarme, pararme, comer, dejar de hablar tanto; estupideces a las que obedezco sin cuestionarle ni cuestionarme.

Mira la hora y susurra algo con molestia, apenas me he sentado con mi helado en la mano, cuando me ordena que me levante.

—Vamos, Evangeline, ya van a ser las cuatro —dice, entonces entiendo su apuro.

—No voy a subir a tu maldito auto nuevo con este cono, lo puedo manchar.

—Primero que nada: no maldigas, Evangeline —me reta —, segundo, debes terminar eso rápido, pero debo llevarte a tu casa, así que subirás al auto y tratarás de no hacer un desastre.

—Bien —respondo, sin más.

No me toma mucho terminar el helado, y cuando lo noto estamos estacionados en la puerta de su casa, frente a la de mis abuelos. Harry se baja del auto y camina veloz hasta abrirme la puerta, gesto que le agradezco.

—Gracias por hoy, Harry, me hubiera momificado de aburrimiento en la reunión —le digo.

Él no responde, solo mira hacia mis labios con detenimiento. Entonces se acerca hacia mí y cuando me siento acorralada entre el vehículo y su cuerpo y presiento que va a besarme, su dedo roza con calma la comisura de mis labios, limpiando un poco de helado de ellos.

—Deberías ir, Evangeline, no quiero a tus abuelos molestos conmigo —dice, y el tono de su voz y la sonrisa han vuelto a su clásica y picaresca forma.

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