Capítulo cuatro.

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Recuerdo que se sentía extraño no verlo todos los días en el restaurante que habíamos montado hace unos años. Él era como un riesgo que mi corazón me pedía tomar, y yo estaba dispuesta a afrontar cualquier consecuencia que me trajera. Fue dos años después que lo conocí bien, que supe que no era solo los riesgos sin prejuicios que él me motivaba a tomar, sino que era lo que él estaba viviendo, que yo no sabía.

A los dieciocho aprendí a vivir con lo poco que tenía en una casa que permanecía más vacía que mi caja torácica cuando recién me enviaron la carta desde Vietnam, que decía que habían encontrado a mis padres muertos. Y a los veinte le dije a Félix que se mudara conmigo, porque lo amaba y él a mí.

"¿Fowleri?" Me llamaba la maestra cada vez que yo me perdía en lo que pasaba fuera del salón. La ventana a mi lado era más grande que mis esperanzas, y yo quería explorarla. "Necesito que se salga de mi clase."

Así era mi vida, no alcanzaba a pasar ni una semana y yo ya estaba siendo expulsada de clase por desconcentración. Según había entendido, fueron varios los llamados antes de que mi cabeza me dejase voltear para reconocer que me estaban hablando a mí.

Recuerdo también que, había decidido ir a la biblioteca para leer un poco lo que se suponía que debía estar aprendiendo en la clase de la que me habían echado. Y fue allí que vi dos chicas, una rubia de ojos color miel y la otra de cabello negro y ojos azules electrizantes. De inmediato bajé mi mirada a mi cuerpo para encontrarme con las miles de diferencias que había entre ellas y yo.

Si bien, sabía que no era fea, que tenía lo mío, que era una chica de piel canela, tenía mis curvas y mis ondas oscuras no me molestaban en lo más mínimo -a excepción de ciertas mañanas-. Pero aquellas chicas tenían cuerpos de muerte y eso ni siquiera era lo que me sorprendía. Era lo que se venía. Ellas estaban escondidas, sentadas en el suelo entre dos estantes de libros y cuando creían que el mundo era suyo y que nadie las veía, aprovechaban para besarse sin el más mínimo remordimiento.

"Artemis." Mi mejor amiga me llama. "Vamos a jugar."

"Es mi primera fiesta, Poppy, ni loca la arruinaré en un juego de Verdad o Reto lleno de pubertos ebrios."

"Vamos, no seas agua fiestas." Me ruega. "Literalmente."

Yo solo me puedo reír ante lo mucho que insiste, y al final termino cediendo.

"Bueno, yo empiezo." Taliana al frente mío, parte de mi grupo de amigos de primero de psicología, exclama para nuestro grupo.

Probablemente el mayor de nosotros debe tener unos veinte, no le pongo más. Yo apenas cumplí los diecisiete, no me sorprendería si me encuentro con alguien menor que yo.

"Artemis." ¿Yo de primerazo? "¿Verdad o reto?"

Voy a lo seguro: "Verdad."

"¿Es verdad que... le vas a ambos lados?"

Número tres.  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora