Yo no respondo. Solo lo miro fijamente, mientras me regala un gesto a manera de despedida y se encamina de vuelta al coche del hombre para el que trabaja.

—¿Qué demonios fue eso? —Fernanda pregunta, en un susurro aterrorizado, pero yo no puedo responderle.

No puedo hacer nada más que clavar la vista en el auto que arranca y se enfila en el tráfico de la avenida. No puedo hacer nada más que sentir como el suelo bajo mis pies se cimbra con la inseguridad y el terror que me invaden. Esos que no dejan de susurrarme que Gael me ha mentido y que lo ha hecho en grande.



~*~



El guardia de seguridad del residencial donde vive el magnate, me ha dejado pasar sin siquiera pedir mi identificación o tomar mis datos.

Mis visitas a este lugar son tan frecuentes, que el hombre ya ni siquiera se he molesta en hacerlo; es por eso que, hacer mi camino hasta el lugar donde vive, es pan comido para mí. Una vez afuera de su casa —y después de haber timbrado tres veces sin recibir respuesta alguna del interior—, me instalo sobre la escalinata que da a la puerta principal para esperarle.


Son alrededor de las seis de la tarde cuando llego, pero no es hasta que son cerca de las nueve y media cuando, por fin, el vehículo del magnate aparece en mi campo de visión.

Esta vez, no me escabullo debajo del garaje para abordarlo. Por el contrario, espero a que un tiempo considerable pase —el suficiente como para que aparque el coche, entre a su casa y se ponga cómodo— antes de timbrar una vez más.

Mi estado emocional en estos momentos, es bastante tranquilo en comparación a lo angustiada que me dejó mi encuentro temprano con David Avallone; sin embargo, sigo sintiéndome con la zozobra que me provocaron sus palabras. Sigo sintiéndome abrumada por la cantidad inexplicable de sentimientos encontrados que han ido y venido a lo largo de toda la tarde.

No sé qué espero de esta conversación. Tampoco estoy segura de querer confrontarlo luego de tanto silencio de su parte. Luego de tantas mentiras de la mía. De tantas verdades a medias de ambos... Pero, a pesar de eso, aquí estoy, tragándome el temor. Echándome al hombro las ganas de huir, para confrontarlo. Para dejarme de caretas y ser sincera de una vez por todas. Así eso implique que esto sea el final de todo lo que somos. Así eso implique que todo se vaya al carajo...

La puerta se abre frente a mí.

Mi cuerpo entero se tensa de anticipación, pero me obligo a tomar una inspiración profunda cuando la figura imponente de Gael Avallone aparece delante de mis ojos.

Lleva un pantalón de vestir gris claro y la camisa negra desabotonada de la parte superior. Entre los dedos, sujeta un vaso que contiene lo que, parece ser, una bebida embriagante y su cabello —usualmente estilizado a la perfección— luce desordenado y rebelde. Como si hubiese pasado ambas manos por él en repetidas ocasiones.

Su mirada aturdida acompaña a la complexión lívida que ha tomado su piel y, durante unos instantes, lo único que hace es mirarme fijamente.

—Tamara —su voz suena ronca y profunda cuando habla, y no me pasa desapercibido el dejo aterrado que hay en ella—, ¿qué haces aquí?

Una sonrisa trémula se dibuja en mis labios y me encojo de hombros.

—Vine a verte —digo, con toda la simpleza que puedo imprimir en la voz y su gesto se endurece un poco más—. ¿Podemos hablar?

MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Where stories live. Discover now