CAP 20

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     Era un hombre que jamás había visto en mi vida. No me di cuenta y lo miré a los ojos (era lo único que podía verle)...Eran marrones oscuros, y tenían una peculiar carga de furia y dolor en ellos. Me sentí entristecida, por él, porque podía imaginarme a la perfección que era del tipo de hombres que nunca había recibido afecto de nadie...bueno o que ni familia había tenido y crecido en un correccional de lo más salvaje. Entonces comencé a aferrarme en sus ojos, lo miraba profundo y sincero, aun sabiendo que podía matarme por hacer eso. No lo había podido evitar y vi en él una chispa de conciencia, que lo traía a la realidad y podía ver en lo que se había convertido. Pero se sintió demasiado en evidencia y me golpeó en la cabeza con la culata del arma y dormí. Al despertar mi cabeza no paraba de dar vueltas y no comprendía que estaba sucediendo. – Salgo de aquí. Salgo de aquí.- Repetía constantemente por dentro. De pronto todo se detuvo, había mucho silencio, yo tenía una mordaza en la boca, la que me hacía ahogar de saliva, tenía frío con el vestido ya sin diamantes y un dolor de cabeza insoportable.

Estaba sentada y maniatada en una silla de madera. La habitación dónde me habían metido era de un color grisáceo, con el empapelado de las paredes rotos y despegados y con un cuadro en la pared de Pablo Picasso (). No había nadie, sólo aparecía una persona cada una hora o dos, encapuchada, con el rostro cubierto de una máscara de cotillón, guantes en las manos y todo de color negro. Se me acercaba rápidamente, me cambiaba la mordaza para que no me ahogara, me daba agua y se iba. Yo no me animaba a decir nada, tampoco sabía que decir, pues estaba todo demasiado claro.

No sabía hacía cuanto tiempo estaba allí, ni que habían hecho con mi cuerpo, estaba tranquila, no me sentía cogida. Porque si eso hubiera sucedido, estaría en un relax óptimo... Hacía más de dos años que no tenía una relación sexual con una persona. No conseguía dormir, sólo estaba con mi mente, encerrada, y consciente de que podían llegar a matarme. Momentos del pasado regresaban a mi mente...lo que me generaba una confusión de sentimientos.

Yo juego con mi mono Monkey a pesar de que ya tengo diez años y mi hermano Kevin me dice que ya estoy grande para los ositos de peluche. Pero no me importa, porque yo siento en mi corazón que Monkey necesita de mis abrazos por las tardes, que le sirva el té y lo vista. Él necesita de todo mi amor. No lo voy a dejar.

Me pone muy feliz que venga tía Georgette junto a Sally, mi prima de mi misma edad. Pero más feliz me pone verla a ella, porque por las tardes nos damos besos debajo de las sábanas.

Vamos a ir de día de camping, tengo lista mi maleta con todo lo necesario. Volveremos para la cena. Hay muchos niños para jugar, podríamos jugar a las escondidas, me escondería dentro de los inmensos árboles que parecen mágicos. Ya terminamos, es hora de volver.

Tía Georgette toca el timbre para que mamá baje a abrirnos, pero no baja nadie. Entramos con el encargado del edificio. No hay nadie, el portero va en busca de una copia de la llave y nos abre la puerta. Huele a un olor muy fuerte, casi que me ahoga...la puerta se abrió y vi que las luces estaban apagadas. Me agarré fuerte de la pierna de tía Georgette, mamá esta tirada en el piso desmayada, pero papá, Kevin y la abuela Meredith, están dormidos sobre los platos limpios que están sobre la mesa lista para comer.

- Vamos, vamos.- Me grita la tía desesperada y alzándome en brazos.- Es gas, es gas.- Grita por última vez y hay un calor muy profundo que me quema, y una fuerza que me empuja por el aire contra la puerta del ascensor. Me despierto y se oyen palabras muy muy lejos, murmullos de hombres gritando mi...nombre. Me duele la pierna, AYYYYYYY, me duele. Lo único bueno es que tengo a Monkey conmigo en mi mochila. ¿Dónde estoy? ¿Tengo ladrillos encima? ¿Mamá? Mamaaaaaaaaaaa. Tengo miedo, Mamaaaaaaaaaaa. No escucho nada, está todo oscuro, me arden las piernas tengo frio. Mucho. Hay luz, me siento más liviana, es un bombero llora desconsolado cuando me levanta junto a un médico.

La enfermera es linda, tiene veinte años, ojos bonitos, y manitos suaves...no como las mías. Me arden mucho. No entiendo que sucede ni porqué tengo vendado el rostro.

El recuerdo de la muerte de mi familia me sorprendía en mi cabeza. Se habían muerto sentados a la mesa, esperando el gran pavo que mamá cocinaba, ahogados por el escape de gas de uno de los caños que proveían al edificio entero. Mi tía Georgette había muerto en la explosión, cubriéndome con todo su cuerpo pues estábamos debajo de escombros y cables eléctricos. Por obra del Universo yo no había muerto, me habían rescatado a las diez horas y fui directo hacia el hospital. Había estado allí más de seis meses, curando mis brazos y piernas quemadas recibiendo cariño de desconocidos y de todos los doctores del hospital. No habían logrado contactarse con nadie de la familia de mis padres, por eso me habían enviado a un orfanato correccional en las afueras de la ciudad. Pero ese recuerdo era algo que prefería no recordar.

Delante de mi había una cama, se veía limpia y reconfortable.- Muero de ganas de acostarme allí, porque me duele la espalda, las muñecas me arden por la fuerza con la que me maniataron y los tobillos inflamados.- ¿Me habría caído en algún momento con los tacones puestos? Por el amor a Dios, me dolía todo. Me sentía increíblemente mal. Me latía el cuerpo del dolor.- Mierda, ya pasaron más de diez horas supongo y no ha ingresado nadie.- Pensé y entró alguien vestido del mismo modo, pero era otro el cuerpo. Se me acercó despacio, como temeroso, como si fuera yo la que le haría daño y me cambió la mordaza, me dio agua en un tarro metálico y me miró profundo.- Es él. El mismo hombre del auto.- Los ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloré. Moví la cabeza hacia la cama y me comprendió a la perfección...se dio vuelta nervioso, frotándose la cabeza y sin decir una sola palabra. Rápidamente me sacó de la silla y me llevó hacia la cama, pero no me desató me dejó allí acostada.- Gracias.- Le dije con un cerrar de ojos. Y me dormí profundamente.

Desde que había llegado al Orfanato los niños me golpeaban, me trataban de "rara" por las manchas que me habían quedado en la piel a causa del fuego. El lugar era una casona antigua de colonia inglesa, tenía habitaciones muy grandes dónde cabían más de cincuenta niños con sus camas pero había de niños y de niñas por separado.

Tenía quince años cuando una de las celadoras más correctas me llevó hacia la sala de estudio particular, me daba clases de idiomas, me enseñaba a leer a la perfección, a escribir y protocolo de comportamiento. Y un día, se me sentó más cerca de lo habitual, yo podía sentir su respiración sobre mi oreja, me generaba escalofríos y una sensación que jamás me había sucedido con nadie, placer. No cortaba la clase en ningún momento, mientras bajaba su mano lenta y escondida, y me tocaba la vagina, pero no introducía ningún dedo. Sólo rosaban mis labios con la yema de sus dedos. – ¿Qué haces?- Pregunté con calma, mirándola fijamente a los ojos. - Que me gusta.- Pensé pero no dije.

El verbo es la acción, el predicado en la oración.- Continuaba ella haciendo como si no sucediera nada.

Habían pasado dos años desde ese momento, era una situación que se reiteraba en el mismo horario, de la misma forma y con la misma energía. Hasta que un día la miré profundo, olí su perfume y la besé, y ella respondió con una bofetada en medio de la cara. Era una mujer de ojos negros, de cabello colorado, labios sensuales y cuerpo delineado como la figura de una guitarra acústica. Me gustaba demasiado, no veía la hora de que llegaran las tardes de estudio, en dónde me sentía querida. Cada tarde que ella rozaba los labios de mi vagina con sus dedos yo le respondía con un beso, volvía a golpearme y no me importaba que lo hiciera, porque eso era estar en contacto con su cuerpo, con su energía y su sexo. Pero un día me besó, en el que había cumplido dieciocho años y me dejaron salir del orfanato.

Desperté siendo consciente que lo que no quería recordar lo había soñado, pero porque la cama donde estaba acostada tenía un olor que ya lo había olido en alguna parte pero no sabía dónde.

- ¿Estará viva la profesora Evergreen?- Nunca más la había vuelto a ver.

Alguien entró rápida y agresivamente a la habitación a media luz, me puso el teléfono en la oreja.

¿Meredith? ¿Estas viva?- Escuché a Nichollas del otro lado completamente angustiado pero entero.

Más que nunca.- Respondí con lo poco de voz que tenía.

¿Hay algo identificable allí?- Preguntó rápido.

Sí. El Eternity Delicious.- Caí en la cuenta de que las sábanas olían al perfume de mi Señora T.



Secretos de la Señora ThompsonTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang