15- Distancias amargas

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Dejando atrás la ciudad, Sombra se adentró entre los árboles.

Sus pisadas desprendían una sobrenatural sutileza; no levantaban ni el más ligero sonido entre la hierba y las hojas muertas. Aunque no era intencional, su naturaleza sigilosa siempre resultaba una ventaja. Especialmente dentro del Bosque.

En la distancia, no demasiado lejos de allí, el chillido de una fiura rasguñó la quietud, por lo que decidió torcer un poco el camino habitual y tomar la ruta más larga hacia el sauce blanco.

Eso irritaría la paciencia de Ari.

Caminó con tranquilidad, tomándose su tiempo. Todo lo que sirviera para sacar de quicio a ese lunático le proporcionaba satisfacción. Sin embargo, aún sentía algo de inquietud, pese a haber enfrentado su ira en anteriores ocasiones.

Al menos tenía a su favor la fuerza de la costumbre.

Soltó un ligero suspiro por la nariz cuando cambió la vibración y temperatura del aire a su alrededor. Aún no estaba cerca del sauce, pero no le extrañaba que Ari decidiera rondar la linde para vigilarlo. Probablemente anticipara que quisiera importunarle.

—Qué desconsiderado de tu parte tomar el camino más largo —dijo Ari, descendiendo con lentitud.

—Quería irme observando las flores.

Los ojos de Ari, siempre cambiantes y exentos de la humanidad que físicamente aparentaba, parecían dos perlas de hielo centelleantes. Sombra podía notar ahora cómo aquella zona del Bosque se volvía más silenciosa y sombría. Era un silencio contenido, similar a la de un gigantesco animal en estado de alerta que reconoce el peligro primero que nadie.

—No me digas que le tienes miedo a los lobos —susurró Ari.

—No hay lobos por acá, que yo sepa.

—Entonces no has leído suficientes cuentos.

Sombra intentó ofrecerle una sonrisa inmutable. Tal vez demasiado burlona, teniendo en cuenta las circunstancias.

—A menos que ahora algunos lobos lleven cuern...

El aire se cortó de golpe cuando Ari le agarró por la garganta, sosteniéndole contra uno de los árboles. Sombra entrecerró los ojos y soltó pequeños jadeos estrangulados, pero no se molestó en poner resistencia. Solo podía esperar que acabara de una vez.

Ari comenzó a hablarle al árbol. Faed, llamaban las brujas a aquel lenguaje antiguo. Ni siquiera Sombra podía entenderlo, pero al menos reconocía su fonética; suaves silbidos entre dientes brotaban de los labios de Ari, como si el viento mismo dejara caer suspiros entre la hierba y las hojas del Bosque.

Le soltó solo después de que varias raíces recubiertas de tierra húmeda se envolvieron alrededor de sus piernas, brazos y torso.

—Me mentiste, Sombra. No fue Samuel Skov quien apareció, sino su idiota y pecoso hermano menor. ¿Sabías que el mayor entró al Bosque hace dos años, no? Y todo sin que yo me enterara. —Ari torció una mueca de disgusto—. Te ahorraste bastantes detalles, para ser mi espía.

—No sería la primera vez... que omito algunas cosas.

Ari parecía bastante dispuesto a arrancarle la cabeza.

—Es cierto —reconoció, mirándole con desprecio—. Y me sorprende que trataras de engañarme a estas alturas. ¿Pero qué motivos tenías ahora? ¿Solo para molestarme? Sabías que acabaría enterándome de esto.

Sombra se mantuvo impasible. Pero al hablar, lo hizo con seriedad:

—Tengo mis motivos. Y aunque no lo creas, nos beneficia a ambos. Pero no habrías querido escucharme, de todas formas.

No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora