17- El núcleo de las historias

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" Cuando leía cuentos de hadas suponía que esas cosas nunca ocurrían, y aquí estoy ahora, en medio de una."

—Alicia en el País de las Maravillas

En cierta ocasión, Gaspar se ofreció a cuidar de Ian, uno de los hermanitos de Clementina

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En cierta ocasión, Gaspar se ofreció a cuidar de Ian, uno de los hermanitos de Clementina. El niño había visto recientemente una popular película de Disney llamada Tam Lin* y le contaba a Gaspar el argumento de la historia de forma tan enrevesada— invirtiendo la continuidad de algunas escenas y confundiendo los nombres de los personajes—, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para seguir el hilo de la trama.

Algo similar le pasó con Ari mientras lo escuchaba narrar la historia de cierto amo de la imaginación (o algo así). Pero luego la historia cambió y la cosa trataba, más bien, de un mago travieso que escribía cuentos, que hizo un trato con alguien y que perdió el control de su magia (o algo así).

Cuando Ari se quedó en silencio y lo miró de brazos cruzados, muy campante tras su difusa historia (¿había sido una historia?), Gaspar parpadeó varias veces, intentando hilar en su mente la cronología de todo lo que acababa de oír, sin mucho éxito.

—¿Y bien? —Ari sonrió, expectante—. ¿Alguna duda?

—No te entendí nada.

El otro soltó una burlona risa entre dientes.

—Porque eres un niño tonto, por eso.

—¡Lo que pasa es que tú no sabes cómo se cuenta una historia!

Ari se cruzó de brazos y levitó lejos de él en un movimiento impetuoso que hizo ondular la parte trasera de su levita verde. Parecía muy fastidiado.

—Tú eres el que no presta atención a los detalles importantes.

—Pues para que lo sepas, soy muy bueno escuchando historias y la tuya fue horrible.

Ambos se enfrascaron en una tensa discusión sobre las incapacidades del otro y luego todo culminó en un silencio áspero, que los hizo mirarse desdeñosos. Entonces Ari suspiró y, haciendo rodar los ojos, le dijo que le preguntara aquello que no entendía. "Todo", pensó Gaspar de inmediato, pero decidió no expresar aquel pensamiento, pues al fin y al cabo se moría de curiosidad.

—Háblame de ese señor de la imaginación. El que lo provocó todo.

Ari se quedó callado unos momentos, su rostro meditabundo. Gaspar esperó paciente y, al final, el otro dijo:

—No fue solo él.

—¿Cómo?

—El señor de la imaginación no lo hizo todo solo. Lo ayudó la señora del caos, y si quieres mi opinión, no hay nada más estúpido que aliarse con la señora del caos. ¡La misma palabra lo dice! Claro que...

—¿Por qué se aliaron ambos?

—Ambos querían divertirse, porque el mundo les parecía aburrido.

—Entonces ellos crearon a las moralejas.

No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora