4- El chico que miraba los árboles

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Antes de empezar la escuela, a Gaspar siempre le había fascinado la magia

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Antes de empezar la escuela, a Gaspar siempre le había fascinado la magia.

Por entonces, "mago" era la primera palabra que cruzaba por su mente cuando le preguntaban qué quería ser de adulto. El muchacho creía que la magia era algo que flotaba en el aire, como las pelusas. Algo que se podía atrapar con las manos, sacudir con un par de movimientos y luego enseñar al mundo.

También le habían dicho desde el principio que casi todo funcionaba con magia, pero nunca se detuvieron a explicarle la letra pequeña. Y al final, su decepción al comprender que el oro no era tan brillante como parecía le hizo desistir de ser un mago y, por consecuencia, odiar la mayoría de sus asignaturas.

—Skov, ¿debo repetírtelo?

Gaspar escuchó la risita ahogada de su amiga Clementina mientras él se apresuraba a cubrir los dibujos que hacía en los márgenes de su libro de grafología mágica; el compás, el destilador portable y la regla rúnica cayeron con estrépito entre sus pies.

Se removió en su asiento, nervioso, cuando varios pares de ojos se centraron en él. Aureus Muller, su profesor de Alquimia Básica, lo miraba con apremio junto al atanor que escupía pequeños legajos de vapor azul dentro del salón.

—Disculpe —El niño intentó sonreírle tentativamente—. Hum... ¿qué cosa decía?

Las carcajadas de algunos de sus compañeros estallaron en sus oídos. Muller juntó sus escasas cejas blancas y agitó tres veces su dedo índice para indicarle que se levantara, implacable.

—El examen práctico, Skov. Es tu turno.

Desalentado, Gaspar se levantó advirtiendo de reojo algunas expresiones divertidas y hasta expectantes. Resistió las ganas de fruncir los labios. Sospechó que al menos la mitad de la clase esperaba echarse unas buenas risas con su demostración.

Sabía que muchos lo encontraban simpático por su torpeza con la magia, como si fuera una suerte de atracción de feria. Aquello le había granjeado cierta consideración amistosa entre sus compañeros de clase. Y aunque no podía quejarse, pues lo prefería antes que ser el kripie a quienes todos acosaban y hacían el vacío, tampoco era agradable ser el "tonto" del curso.

Se paró frente a la mesa donde bullían sustancias alquímicas en varios crisoles de cristal junto a un destilador. Sosteniendo su libro de evaluaciones, el profesor Muller le indicó el cabello rizado que se encontraba en un platillo.

—¿Qué tengo que hacer?

—Lo acabo de explicar, Gaspar —suspiró el hombre masajeando el puente de su nariz—. ¿Eres sordo o de nuevo te quedaste dormido? Ya sería la tercera vez.

Pese al sarcasmo que impregnaba la pregunta de su maestro, Gaspar se esforzó por recordar el sueño que había tenido esa misma mañana. Algo sobre un puente dorado, un árbol torcido y un gato rojo que parecía sonreír entre las ramas.

No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora