5- Manifiestos de Jeremías Skov

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Mientras caminaban hacia su clase de Ciencias Naturales intentando sortear a un grupo de estudiantes de secundaria atiborrados de crisoles, hornos dorados y otros materiales de alquimia, Clementina se dedicó a despotricar sobre lo odioso que era P...

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Mientras caminaban hacia su clase de Ciencias Naturales intentando sortear a un grupo de estudiantes de secundaria atiborrados de crisoles, hornos dorados y otros materiales de alquimia, Clementina se dedicó a despotricar sobre lo odioso que era Pércival Gust.

—¿Viste cómo me miró ese lagartija? Gaspar, deja de reírte o me enojo contigo.

—No me río de ti, me da risa que lo llames lagartija.

—Se parece a una.

—Deberías escribir un diccionario de insultos, siempre se te ocurren buenos insultos.

—No cambies de tema. Tú lo viste, ¿no?... ¡Y lo que me dijo...!

Gaspar ya no quería seguir hablando de Pércival Gust. Suspiró.

—Pero tú le ibas a pegar.

—¡Se lo merece por decirme gorda! Además yo no estoy gorda, sino que tengo huesos anchos. Esa lagartija en el fondo quisiera tener mis huesos. Le ganaría en una carrera segurísimo.

—No importa —Gaspar intentó ser la voz de la razón, pero su amiga estaba fuera de sí—. Es que, Clem, tu beca...

Ella suspiró profundamente por la nariz y aminoró un poco el paso mientras se pasaba la mano por sus cortos cabellos ondulados.

—Por eso a nadie le cae bien. ¡Por eso!

Gaspar la dejó seguir ladrando sin replicar nada. Clementina era divertida y una amiga genial la mayor parte del tiempo, pero cuando se enojaba o perdía una competición de videojuegos, no había quien la aguantara.

Afortunadamente, se calmó cuando entraban a la clase y buscaban sitio en la última fila de asientos, cerca de los animales disecados expuestos tras una vitrina.

Llegaron con tiempo: solo estaban ellos y la maestra a cargo de la asignatura, Violeta Salgari, que garabateaba algo entre el caos de papeles que componía su escritorio. Llevaba el cabello corto teñido de blanco y un vestido que parecía túnica. A Gaspar a veces le hacía pensar en un hada.

Al verlos, la mujer les dedicó una sonrisa dulce. Se la devolvieron.

—¿Cómo están, niños?

—Bien, ¿y usted?

—Preparando una clase muy entretenida. A ti, especialmente, te va a encantar, Gaspar.

Por alguna razón, era la única adulta del colegio que le tenía una alta consideración y eso lo había motivado a sacar buenas notas en su materia. Que no implicara el uso de su magia también era una ayuda. Su padre solía lamentarse a menudo de que el mismo empeño que ponía allí no lo aplicara a las demás asignaturas.

—¿De qué tratará? —le preguntó Gaspar.

La mujer señaló con ojos brillantes los contenedores y óvalos de cristal donde flotaban varios cadáveres de sirenas, pincoyas y tritones en perfecta conservación. Estaban suspendidos con magia térmica contra las paredes, tal vez para evitar que alguien se los robara.

No cruces el Bosque (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora