CAPÍTULO 6

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Los ojos de la señora Murton por un momento ofrecieron el triste cuadro que el sargento Donovan estaba acostumbrado. Sacó un pañuelo de su cartera y limpió finamente la comisura de sus ojos y luego preguntó:

—Entonces. ¿Aún no han encontrado nada?

Donovan respiró hondo y sintió por un instante como sus fosas nasales se llenaban de aquel fresco aire del medio día que inflaba rápidamente sus pulmones mientras se preparaba para responder:

—Nada aún, señora Murton. ¿Por qué insiste en venir aquí todos los días? Sabe muy bien que si llegásemos  a encontrar algo sobre su esposo le avisaríamos inmediatamente.

—Por favor, llámeme Emily. —hizo una larga pausa y luego continuó—. Pero es que ya ha pasado una semana —luego dio un pequeño respiro acompañado de un ligero llanto—. Créame que eso no es normal.

—Emily, por favor. Lo mínimo que puedo esperar es que tenga un poco de paciencia. Generalmente estos casos terminan resolviéndose solos; es más común de lo que usted cree que un marido se escape de su casa y luego al mes aparezca de nuevo arrepentido o solo para recoger sus cosas. Y eso no es culpa nuestra.

Por el rostro de la señora Murton se dibujó una expresión seria y poco refinada.

—¡¿Insinúa usted que mi esposo simplemente se ha fugado?! —exclamó enfadada—. ¡¿Y que en este momento está en una casa de campo con una fulana, o en Las Vegas con sus amigos?!

—Señora… Emily…

—¿Y ustedes se hacen llamar policía?

—Es lo típico en este tipo de casos, pero no siempre ocurre así. Eventualmente ocurre un secuestro o algún accidente. Si usted me ayudara con unas preguntas podríamos intentar algo más.

—Ya les he explicado más de dos veces la última vez que lo ví. Dijo que había algo que tenía que ver y salió así en pijama de la casa y nunca regresó.

—Tengo la historia anotada —dijo Donovan mientras buscaba en su libreta—. ¿Su esposo tenía motivos para escapar? No sé ¿Deudas o algo?

—No tenía deudas, las pagaba casi religiosamente y era bastante organizado con el dinero.

—¿Su relación estaba en algún punto frágil? ¿Discusiones?

—Para nada —respondió sonriendo—. Recientemente se había enfermado y lo había acompañado en el hospital. Me dijo que era una suerte tenerme a su lado. No hemos discutido hace mucho tiempo.

—Eso no lo había mencionado —dijo Donovan un poco intrigado—. ¿Cuándo fue eso? ¿Qué tenía?

—Hace unos tres meses comenzó con un fuerte dolor de cabeza y la sensación de que silbaban en sus oídos. Lo tuvieron en observación casi una semana completa y luego le dieron de alta. Me dijeron que no era nada, algo psiquiátrico, y que debía tomar unas pastillas cada noche durante un mes. Y ahora que me acuerdo, mi esposo dejó su medicina en la mesa de noche junto con sus gafas. Créame que si hubiera querido huir se las hubiera llevado.

—¿Habría alguna razón para que su esposo saliera esa noche tan apurado?

—Ninguna —respondió mientras pensaba—. Estaba dormido, soñando, se incorporó por un momento y me miró, luego dijo que había algo que tenía que hacer. Simplemente eso.

—¿Vio en su esposo alguna actitud de convicción, algo que fuera más allá de su razonamiento y sintió que así lo atase, sería capaz de salir a caminar?

La señora Murton no respondió. Tomó su bolso, guardó sus cosas y se despidió del sargento.

Luego que la señora se fuera, Donovan permaneció meditando el asunto en su despacho, no era la primera vez que pasaba algo así. Jugó por unos minutos con sus lápices, abrió el cajón que tenía al frente y sacó unos expedientes. Los juzgó por un momento y luego llamó por su comunicador.

REMEMBRAINCE - El flujo de los recuerdosWhere stories live. Discover now