—No tengo idea de cómo demonios voy a hacer para pasar el semestre sin toda la información que tenía en esa computadora —Alejandro dice, en un murmullo ronco y angustiado.

La culpabilidad incrementa en mi interior.

—Yo tampoco tengo idea de cómo diablos voy a salir del problema en el que acabo de meterme —digo, en voz baja y ronca, al tiempo que poso la vista en la calle.

No hablo solo del semestre o de la biografía de Editorial Edén, pero Alejandro no lo sabe. Dudo que algún día lo haga.

—¿Crees que Victoria hable en serio y vaya a marcharse? —Alejandro pregunta y su tono suena tan angustiado, que me obligo a mirarlo.

—No —digo, porque es cierto—. Solo está furiosa y asustada. Como todos nosotros. Dale tiempo y verás cómo le cambia la perspectiva.

La vista de Alejandro se clava en el suelo y noto como aprieta la mandíbula.

—Hace unas noches nos besamos.

¿Qué?...

—Estaba borracha. Y yo... —niega con la cabeza—. Yo solo...

—¿La besaste? —sueno acusatoria, a pesar de que trato de no hacerlo. Es solo que me molesta la idea de él, aprovechándose de una Victoria vulnerable.

—Ella me besó a mí.

Su declaración me saca tanto de balance, que me quedo muda durante un largo rato. En ese momento, la vista de mi compañero de cuarto se posa en mí. La sonrisa triste y amarga que se apodera de sus labios no hace más que estrujarme el pecho.

—Sí. A mí también me parece increíble —dice.

Yo, de inmediato, niego con la cabeza.

—Nunca he dicho que me parezca increíble —digo, pero mi tono aturdido me delata.

Él se encoge de hombros.

—Pero igual lo pensaste —dice—. Y está bien. Quiero decir, ¿quién en su sano juicio creería que una chica como ella se fijaría en alguien como yo?

Le regalo otra negativa.

—Alejandro, no digas esas cosas. Eres un chico...

Él hace un gesto desdeñoso con la mano, al tiempo que rueda los ojos al cielo.

—Ahórrate las palabras para subirme la autoestima —masculla—. Yo... Yo solo lo traje a colación porque me da miedo que lo que ocurrió hoy sea solo un pretexto para alejarse de mí. Que sea solo su manera de decirme que lo que ocurrió fue solo un desliz y que quiere poner cuanta distancia se posible entre nosotros.

Me mira con aprehensión y un destello de tristeza me atraviesa de lado a lado solo porque luce miserable. Porque luce realmente preocupado.

—¿Crees que eso sea realmente lo que ocurre? ¿Crees que quiera marcharse por lo que pasó? —la ansiedad que se filtra en su tono me estruja el pecho, pero niego una vez más.

—Victoria no parece ser del tipo de chica que huye de sus problemas. Estoy segura de que, si se sintiese incómoda cerca de ti por lo que pasó entre ustedes, te lo diría —digo, porque realmente lo creo de esa forma.

—Eso espero —musita, en medio de un suspiro largo y cansado—. De verdad, eso espero.

Estoy a punto de replicar. Estoy a punto de asegurarle que Victoria solo hablaba en el calor del momento y que realmente no planea buscar otro lugar donde vivir, cuando mi compañero de cuarto hace un gesto de cabeza hacia abajo —hacia la calle.

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