▶ Anexo I ◀

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Fletcher Coyle fue llevado a rastras por tres Agentes Secretos muy corpulentos a través de un simple y estrecho pasillo.
Cada dos por tres soltaba una mala palabra, pero se mantenía en silencio por temas de conveniencia. Le faltaba el aliento, el silencio del momento tampoco le era de ayuda.
Hacía rato le habían sacado las esposas, y podía dejar sus manos mecerse libremente.

Y Keith Loid, como la punta de una flecha, guiaba la marcha con una sonrisa flamante en su rostro. Estaba seguro de que Coyle confesaría todo en cuanto llegaran a la sala de interrogatorios. Concentró todas sus energías en la voz:

—Fletcher, Fletcher, en qué problemón te has metido —el líder chasqueó la lengua tres veces seguidas, y enseguida volteó a verlo directamente, despreocupado como si tal cosa—. Eres bastante pícaro... O eso crees.

No obtuvo respuesta por parte del otro. Keith sonrió aún más, formando esos hoyuelos en sus mejillas. La visión de esa mueca perturbó a Fletcher. Comenzaba ya a sudar frío, y le temblaban las piernas.
No era un tipo muy inteligente, pero sabía lo suficiente: incordiar a Keith representaría un maldito problema.
Y si el Detective parecía ser un individuo crédulo e inofensivo, estaba claramente equivocado.
Keith sabía más cosas que él. Era mil veces más sagaz, y podría llegar a ser incluso más cruel que cualquier criminal profesional.
Era calculador. Notaba cualquier cosa, pero no abría la boca ni demostraba nada. Parte de su fortaleza impenetrable se debía a eso.

—No tienes idea de lo que haces. —Keith pronunció la última palabra en un susurro angustioso, que puso más incómodo aún al traidor. Con la vista al frente, entró a una modesta sala, cuyo único mobiliario constaba de una mesa cuadrada de madera, dos sillas negras acompañando, y ventanas reflectantes.

Keith Loid sabía qué decir y cómo decirlo.
Fletcher Coyle temblaba anonadado por el miedo.

—Siéntate ahí —señaló Keith.

Coyle enmudeció, sin vueltas se sentó. Una extraña expresión de seriedad y odio se mezclaba en sus ojos oscuros.
Complacido, Keith sonrió y alzó el mentón cuando se acomodó cara a cara al criminal, y con un ademán guió a los Agentes a diseminarse por allí, de ahora en más, guardaespaldas.

—¿Qué me harás? —inquirió el acusado. Su pregunta tenía un trasfondo: "Sé perfectamente que me encerrarán, pero podrían hacerme algo más".

—Nada muy terrible. Yo soy el que hace las preguntas aquí —Keith juntó los dedos de sus manos: un gesto extravagante, para nada benévolo.

—Como quieras —soltó Fletch.

Los Agentes prefirieron callar y mantener la compostura ante el líder: dejó de sonreír; se veía latente, esperando a que el otro dijera algo significativo para castigarlo.
Con petulancia, Keith pasó los dedos índice sobre la madera, delineando el contorno de las grietas lentamente cuando habló:

—¿Qué haces aquí, Coyle?

—Ya te lo dije, por Dios, ¡es más que obvio! —pronunció brusco.

El Detective tensó la mirada.

—Esto... —Fletch se dio cuenta de su error—. Ya se lo he dicho, señor.

—Ah... -Keith abrió los ojos y esbozó un sonrisa amplia como ella misma—, ya me parecía. Como en los viejos tiempos. "Señor".

Fletcher entornó los ojos. Asintió con parsimonia.
Los Agentes cuchichearon detrás suyo, uno se rio.

—Sólo intentaba decir la verdad. ¡Vine para eso, señor!

—¿Y esos delincuentes del otro lado? ¿Vinieron a decir la verdad, o a entretener a mis pobres Agentes?

Sincronizados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora