▶ Alerta Rosa ◀

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—Este waffle se ve bien, pero hay una pequeña parte que está quemada —se quejó Gwen, mirando detenidamente con un gesto de desagrado mi creación culinaria.

Sí: hoy me ha tocado cocinar el desayuno. Quizá se me había pasado un poco de la raya de cocción, pero al menos lucía ciertamente comestible, no como los waffles de Lease, que se parecían más a una masa gelatinosa salida de las fauces de un alienígena adimensional.

Gwen apartó el plato de un manotazo. Pinché con el tenedor el waffle, y lo transporté hasta mi plato.
Ella odiaba los días en los que me tocaba cocinar: o sea, todos.
A la hora del desayuno, siempre faltaba mamá en la mesa: trabajaba en la cafetería toda la mañana, y cuando se tomaba días libres, su puesto dependía de mí: atender a los quisquillosos clientes —paralelamente me dedicaba a los estudios, de hecho, concurría a clases en el horario vespertino—.
Me enorgullece decir que aprendí rápido del oficio de mi madre. Me es fácil controlar la máquina registradora, cocinar, fregar los platos y pisos, ofrecer mi voluntad como camarera cuando tenía la chance...

Sin embargo, hoy no me tocó el turno de la cafetería, de modo que me correspondió la gloriosa tarea de cuidar de mis hermanos menores, y por si fuera poco, de Maverick.

"¿Maverick? ¿Qué demonios hace Maverick en tu casa, Crista?", te preguntarás.
Ah, querido lector: la misma pregunta existencial me hago yo.
El hermano de Bélica y acérrimo aspirante a Detective se pasaba deambulando de habitación en habitación, yendo y viniendo con la apariencia de un alma en pena —más que en pena, parecía un espíritu burlón que traía felicidad, buena vibra, y caramelos que compraba del supermercado donde pasaba las tardes—.
A Gwen y Zack les divertía estar con él, y para qué negarlo: a mí también.
Era tan amable, servicial cuando se lo necesitaba, e íntegro, que resultaba imposible no encariñarse, o al menos no preguntarle: "¿Naciste de un repollo?, ¡porque no compartes nada con tu hermana...!"
Si Bélica te mataba por medio de armas, Maverick te reducía a cenizas con su amabilidad.
Sí, como la canción "Kill Em' With Kindness", de Selena Gómez. Como anillo al dedo.

Por estas razones el chico estaba viviendo bajo nuestro techo:
No le agradaba quedarse en la Agencia constantemente; investigar le fascinaba, pero no hasta el grado de querer asentarse ahí. Para él, la Agencia era como una especie de sitio instructivo similar al colegio: le gustaba aprender, esforzarse, curiosear, pero si surgiera el planteamiento de quedarse para siempre en su lugar de trabajo —sin tener alternativa— lo descartaría concretamente. Preferiría quedarse en la calle antes de pasar días encerrado en una oficina llena de datos y Casos. Lo ponía muy tenso, y a veces quería darse un respiro.
Claro, todo esto me lo dijo antes de Navidad.

Con el tiempo se ganó mi apego y el de mi familia. Además, necesitaba un hogar; así que mamá le ofreció la elección de quedarse a vivir con nosotros como si fuese parte de la familia. Total, teníamos una habitación extra. ¿Qué nos costaba ayudar al bueno de Maverick?
Imagínate la cara que puso al recibir la noticia: le brillaron tanto los ojos que temí que se incendiaran o despidieran humo por las pupilas.

Por demás, Maverick se encontraba confortablemente sentado a mi lado, de cara a Gwen.
Vestía un holgado pantalón deportivo gris y un abrigado suéter de lana rojo. Su cabello negro como el alquitrán, recortado casi hasta los hombros: cada fibra se veía saludable, al igual que su tierno y bello rostro desprovisto de espinillas.
Daba pequeños mordiscos a su tostada mientras ojeaba un libro de metafísica, y de vez en cuando sorbía café en su taza en la que lucía impresa una ilustración de Garfield gruñendo: "El café es mi motor mañanero".

Sincronizados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora