▶ Indicio nada oportuno ◀

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Morton no cesaba de acomodarse el sombrero, indeciso acerca de qué modo mirarnos. Su vacilación empezó a transformarse en nerviosismo cuando Keith vino detrás de mí con una expresión no muy amigable. Odiaba que lo interrumpieran cuando estaba enfocado íntegramente en una tarea.
Mort pareció querer desaparecer del mapa. El color se le subió a la cara.

—¿Los interrumpí? —dijo en voz baja, tanteando las palabras adecuadas—. Bueno, ya no importa. Sea lo que sea, lo harán después...

—¿Qué pasó, Bradson? —inquirió Keith con mucha calma, rodeando mis hombros con su brazo. Pude notar que sus mejillas se habían encendido, probablemente por el momento de cariño que habíamos tenido juntos.

Mort observó el suelo.

—Encontramos algo en el gimnasio de la Agencia.

—¿Qué cosa? —pregunté.

—Un cadáver —el chico se cubrió sus ojos pardos con las manos—: ¡Un Detective! ¡Es horrible! ¡Tiene la piel violeta! ¡Jamás en mi vida he visto algo tan espantoso...!

Hipó mientras sus manos se dirigían a su cabeza y las lágrimas bajaban por sus mejillas.

—Tranquilo, Mort. Dime, ¿quién era el Detective? —lo compadeció Keith, frunciendo el entrecejo. Esta situación era algo complicada de asimilar:
Nunca, pero nunca, en toda la historia de la organización, en el edificio fue encontrado el cadáver de un Detective.
Y menos en el gimnasio de entrenamiento de los Agentes...

—Claudio Rivera. Clasificación B-4... —respondió.

Salimos de inmediato de la habitación y trotamos veloces por el pasillo. Morton iba delante de nosotros caminando a paso ligero.
Nuestros pies golpeando el suelo sonaban tan fuertes y continuos como una clase de equitación.

Claudio Rivera había sido uno de los Detectives con los que trabajé en repetidas Misiones. Era listo, guapo, amable, gracioso... Tenía el cabello del color del vino tinto; sus ojos ligeramente veteados de avellana, y una sonrisa contagiosa.
No podía imaginarme siguiera su rostro atrofiado, sin vida, y la terrible sombra de la muerte cerniéndose sobre él.

Quería creer que era una broma de Morton: a diario era así de bufón; todos alguna vez habíamos sido víctimas de sus payasadas.
Una vez, Morton fingió haberse ahogado en la piscina. Otro día fingió caerse de la tirolesa en pleno entrenamiento y partirse los huesos contra el suelo...
Él, según mi opinión, creía que nuestras reacciones eran chistosas. No podía estar más que equivocado.
¡Alguien debía darle una buena bofetada por cada estupidez que se le venía a la mente!
Yo podría hacerlo, claro. Es más: me lo he prometido a mí misma.

Morton era bromista, sí, pero jamás caería tan bajo como para idear la falsa muerte de un Detective. Cometer tal acto era digno de ser castigado.

¿Pero, y si no era una broma...?
En la Agencia todo era posible.
Morton Bradson era el mejor amigo de Rivera. Podría ser mera coincidencia.

Esperaba que el pobre Claudio no hubiera fallecido tan trágicamente como lo había descrito Mort.
Me daba repelús manipular la retorcida imagen de un cadáver en mi mente.
No por algo me volví Agente: los Detectives son capaces de soportar cosas más tétricas. Las escenas del crimen no son para personas de estómago débil.

Todos tenemos distintos grados de miedo: Los Agentes le tememos a las escenas del crimen, y los Detectives odian los ejercicios extremos. Obviamente he generalizado estos conceptos.

Morton trataba de contener el llanto llevándose la mano a la boca, pero no podía evitarlo. Estallaba en sollozos y se lamentaba en voz queda.

—Es horrible. Está tan violeta... —murmuró. Su voz se quebró en la última sílaba.

Sincronizados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora