Capítulo 5.-

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   Nada más bajar el último escalón el timbre de mi casa sonó dos veces durante un par de segundos cada una, indicándome que Alice ya había llegado, le abrí la puerta rápidamente, para que dejara de tocar el timbre y, sin saludarla si quiera, fui hasta la cocina, donde mis padres se encontraban ya desayunando y hablando de Quién sabe qué con un tono muy animado.

—Buenos días mamá, buenos días papá. —les saludé y me agaché para dejar un suave beso en la mejilla de mi padre y, segundos más tarde, otro, en la de mi madre.

—Buenos días, cielo. ¿Qué quieres para desayunar? —me preguntó mi madre dejando sobre la mesa una taza de café medio vacía.

—Nada, voy a irme de compras con Alice y desayunaremos algo en el centro comercial. —respondí negando con la cabeza levemente.

—Toma, cariño. —me dijo mi padre sacando su cartera marrón de piel de uno de los bolsillos de su pantalón.

   De esta sacó varios billetes, en concreto, uno de cincuenta euros, dos de veinte y un último de diez euros, sumando así cien euros, me tendió todos ellos con una sonrisa amable y radiante en el rostro. Yo le di dos suaves y delicados besos en la mejilla y cogí todos y cada uno de los billetes.

—Muchas gracias, papá. —le agradecí sonriendo y salí de la cocina rápidamente, reuniéndome con Alice en el recibidor de la casa.

—¿Nos vamos ya? —me apremió mi mejor amiga con los brazos cruzados sobre su pecho.

—Casi —cogí mi bolso, que se encontraba sobre una de las mesitas de madera que adornaban la entrada y metí todo el dinero en mi cartera—. Ahora sí, vamos.

   Salimos de mi casa y cerré la puerta, fuera nos esperaba Izan, el hermano mayor de Alice, con su imponente 4x4. Izan era bastante atractivo, y no lo negaba, me gustaba bastante, aún siendo el hombre más vanidoso, cretino e imbécil que había conocido hasta el momento, a decir verdad, cuando llevas años aguantándolo y aguantando a su hermana pequeña, se convierte, en únicamente algunas ocasiones puntuales, en un ser generoso y amable, en su posible medida. Tenía el pelo negro, al igual que mi mejor amiga, pero sus ojos eran realmente distintos, Alice los tenía de un color ámbar envidiable, pero los de Izan eran de otro planeta, a pesar de que recrearan de una manera preciosa el planeta Tierra, me explicaré mejor: la mayor parte de su iris es azul, pero pequeñas motas de color verde le dan un toque aún más exótico.

—¿Te vas a montar en el coche o te vas a quedar ahí parada mirándome? —me reprochó con un tono cortante que no me sorprendió en absoluto que saliera de entre sus labios.

—Preferiría ir andando antes que montarme en un coche que contigo dentro es una trampa mortal. —respondí poniendo cara de asco.

—Eso se puede arreg... —comenzó a decir, pero Alice no le dejó terminar con la frase.

—Dejaos de tonterías, no tenemos tiempo para esto. —resopló mi mejor amiga con el ceño fruncido.

   No me quedó más remedio que ceder y montarme en la parte trasera del todoterreno, acompañada de la mochila de gimnasio de Izan. Los a penas cinco minutos que le costó arrancar el coche y salir de mi calle transcurrieron en completo silencio, nadie se atrevía a decir una sola palabra.

—Que conste que sólo os llevo porque voy a ir al gimnasio del centro comercial, hay tías mas buenas, que si no os dejaba tiradas en medio de la carretera. —explicó Izan con un tono serio y distante.

«Siempre tan amable y cariñoso. —pensé al borde de la risa.»

—Cuando salgas del gimnasio nos llamas a alguna de las dos y decidimos si nos vienes a buscar o no. —comentó mi mejor amiga tecleando algo en su teléfono móvil, que fue arrancado de sus manos segundos después.

Tímida ·Daniel Oviedo·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora