Capítulo 1

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¿Sabes esa sensación de ser asentimental?

Esa sensación de no sentir nada.

Cuando estás tan triste, que tus emociones parecen haber colapsado, explotado, y dejado de existir.

Cuando estás asentimental, porque ya nada te importa. No sientes, no padeces, no existes.

Y nada te importa.

Suelo utilizar estos momentos para hacer cosas a las que normalmente no me atrevería. Por ejemplo, a cambiarme en los vestuarios del gimnasio. Porque el sentimiento de vergüenza ante la desnudez deja de existir.

Por ejemplo, a comprar ese conjunto de lencería tan sexy en la tienda de la esquina. No me importa que la dependienta me mire como si dijera "tú esta noche follas", aunque no sea así. ¿Acaso una chica no puede comprar lencería solamente para sentirse guapa y sexy para ella misma?

Por ejemplo, a comer lo que me dé la gana sin preocuparme por una vez de las calorías, de las grasas, de los kilos... Aunque sepa que en cuanto el estado asentimental desaparezca, llenaría mi brazo de moretones por lo que había hecho.

La última vez el recordatorio de aquel día me estuvo doliendo una semana.

Alguien llamó a la puerta y consiguió sacarme de mi nube de pensamientos negativos autoinflingidos. Me levanté del sofá en el que yacía, dejando a un lado la caja de vino barato vacía y el festín a caramelos que me había dado, y me arrastré hasta la puerta como pude.

Un rostro amigable y una sonrisa de circunstancias me recibieron.

—Vamos Amanda, Levi se encarga de todo.

Me envolvió en un pequeño abrazo que retó a mi estado asimental a irse por el desagüe al menos unos segundos, y casi consigue que se me caigan un par de lágrimas.

—¿Cómo vas a hacerlo? Me echan de casa.

—Fácil. Te vas a venir a vivir conmigo.

—Levi, no...

—No hay no que valga. Te vienes, al menos hasta que encuentres algo mejor.


12 HORAS ANTES...

—Te reto.

Alcé las cejas con incertidumbre y dejé el chupito de vodka de nuevo sobre la barra. Levi se agachó hacia mí, notando mis intenciones de aceptar, y bajó la voz antes de decir:

—Te reto a pedirle el número de teléfono a ese chico de allí, al pelirrojo.

Seguí la dirección de sus ojos azules hacia el final de la barra, donde un grupo de chicos universitarios a los que acababa de servir unas cuantas cervezas conversaba sobre el examen del que acababan de salir.

Me volví hacia Levi con una pequeña sonrisa y la negativa en mis labios.

—Estás loco, no pienso hacerlo.

Y entonces llevé el chupito a los labios y lo vacié de un trago. Trabajar de camarera nunca fue mi sueño, pero al menos tenía acceso a la barra sin necesidad de haber cumplido todavía los veintiuno. Pero eso era mejor no decírselo al jefe.

—¿Por qué? He visto como intentaba ligar contigo mientras les atendías. Lo tienes chupado, Amandita.

Suspiré y me apoyé sobre la barra. Otro punto a favor de trabajar allí era la compañía. Aunque al principio Levi y yo no sintonizamos muy bien, principalmente porque él intentó ligar conmigo y yo terminé vaciando una botella de cerveza sobre su cabeza, después de aquel primer encontronazo decidimos comenzar de cero y nos hicimos muy amigos.

Odio Fingido ©Where stories live. Discover now