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/*Capítulo narrado por Neymar*/

No pude dormir en toda la noche, salía de mi cuarto, caminaba por el pasillo, de vuelta al cuarto y luego al pasillo, siempre atento a cualquier sonido que proviniera de la habitación de Leo. Era inevitable, la cabeza me carcomía de tantas preguntas y de tanta preocupación, debía saber qué carajos estaba pasando por su mente... Necesitaba averiguarlo...

Me levanté muy temprano, por supuesto, no había pegado el ojo en toda la noche. Entonces decidí hacer el desayuno, preparé unas tostadas con tocino y huevos y, por suerte, no quemé la cocina. Justo cuando me disponía a servirme mi parte, Leo me sorprendió en el comedor, con el cabello alborotado y la cara soñolienta.

- Buenos días –me dijo el argentino con un bostezo y una pequeña sonrisa.

Yo le contesté igual, extrañado por el aparente buen ánimo que mostraba, sobre todo teniendo en cuenta el horrible suceso de ayer.

Le serví la comida y ambos nos sentamos en la mesa, cada uno en un extremo de la misma. El mayor devoraba su platillo con gusto, como si no hubiese comido nada en años, yo lo miraba todavía estupefacto, ¿de verdad se le ha olvidado lo de ayer?

- Leo... ¿estás bien? –pregunté dubitativo, él dejó de masticar por un segundo y me dirigió la mirada.

- Claro Ney, estoy bien –sonrió- ¿Por qué la pregunta?

- Por lo de anoche... ¿Si recuerdas lo que pasó anoche, verdad?

La sonrisa del mayor abandonó su rostro en ese momento, lo que me dio a entender que, en efecto, si se acordaba. Acto seguido, se levantó de la mesa frenéticamente, lo que motivó mi reacción inmediata de ir detrás de él.

- ¡Leo! Aguarda... -expresé en cuanto lo alcancé- Creo que debemos hablar sobre lo que sucedió.

- Tú... No debiste estar allí –vociferó con pesar- La verdad no quiero hablar sobre eso.

- Pero Leo...

- Te dije que no, Ney... -me interrumpió- Por favor, respeta mi decisión.

Yo emití un respiro de resignación, quería obtener respuestas, pero entendía que no debía forzar las cosas, y menos con lo inestable que está el comportamiento de mi amigo, no quiero que mis acciones desencadenen una tragedia. Le solté el brazo y dejé que se fuera, él simplemente subió a su habitación.

Me quedé en el comedor para terminar mi comida, pero no había caso, el apetito se me había esfumado por completo, estaba pensando, más bien meditando, ¿de qué forma podía hacer que Leo hablase conmigo? ¿De qué forma...?

Entonces escuché el sonido de un auto estacionándose al frente de la casa, me levanté de mi asiento para averiguar de quién se trataba, era un vehículo muy familiar para mí, aunque no me dio tiempo de detallarlo porque enseguida vi que Leo bajaba por la escalera, ya vestido y arreglado. Yo le miré estupefacto, a lo que él me dijo tranquilamente.

- Le dije a Jürgen que viniera por mí –expresó al tiempo que se arreglaba el cuello del suéter.

- Me hubieses dicho... Te habría llevado sin ningún inconveniente –vociferé serio, cruzándome de brazos.

- No quise molestarte más... Ya has hecho suficiente –habló con una leve sonrisa, dándome una palmada en la espalda.

- ¿Le vas a contar lo que...?

- No –me interrumpió, de nuevo- Nadie debe saberlo... -yo asentí, entendiendo la connotación de esta oración.

- No lo sabrán por mí.

Ambos nos miramos, estoy completamente seguro que los dos teníamos la misma expresión, muchas dudas, preguntas y pesares enmascarados por una tez tranquila y firme, mis temores y motivaciones eran claras como el agua, las de él turbias y difusas, como un misterio que tenía que resolver, y yo había visto lo suficiente como para saber la verdadera gravedad del asunto... No podría ignorarlo tan fácilmente.

Nos dimos un abrazo de despedida, en silencio, siempre en maldito silencio, luego divisé desde el umbral de la puerta cómo el argentino se subía al auto que su chofer conducía y cómo se perdía de vista a medida que se alejaba.

Permanecí un rato en la misma posición, no sabría especificar cuánto tiempo exactamente, pudieron ser minutos, horas, quién sabe, fue como si la escena se congelara mientras los rayos del sol iluminaban las afueras de mi casa. Mis ojos no veían nada, mi piel no sentía nada, mis oídos no oían nada, mi nariz no olfateaba nada... Sólo era un cuerpo inerte dejado allí sin nada más que hacer que transformar oxígeno mecánicamente en dióxido de carbono.

Mi mente se atiborraba de preguntas, más y más preguntas, tantas que apenas podía pensar en otra cosa, imaginaba cada posible escenario si tomaba alguna acción u otra, qué podría desencadenar, qué podría averiguar, qué verdades ocultas desenterraría...

Supe entonces que nada iba a volver a ser lo mismo que antes... Nada...

Las cosas han cambiado...

DesaparecidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora