Capítulo 41

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EDDIE:

Había pasado tres horas metido en un coche, otras tres en un tren y dos más en autobús y solo ahora que me encontraba en ese pueblo abandonado con olor a comidas caseras me empezaba a replantear el sacarme el carnet de conducir.

La verdad es que Fran quiso ofrecerse a llevarme al menos una hora más en coche pero no acepté porque no iba a poder abrir la cafetería a tiempo, de todas formas ya estaba allí.

En parte odiaba ese pueblo por su lejanía del resto del mundo y lo pequeño que era pero por otro lado me resultaba muy nostálgico los pocos coches que circulaban por la calle y las risas de los niños correteando en el parque. Era un sitio enano constituido por humildes casas de dos plantas al que poder acudir los fines de semana o de vacaciones pero nada más, es por eso que tuve que abandonarlo para ir a la universidad.

Ahora mismo me encontraba a caminando por una de las idénticas calles del pueblo con una mochila a la espalda donde llebava lo necesario para dos noches. La casa de mis padres estaba al final del camino y pude observar mejor todo lo que había el pueblo: los árboles que plantaron poco antes de irme habían crecido más rápido de lo que esperaba e incluso algunos ya tenían pequeños frutos que no era capaz de identificar, las calles, igual de desiertas que siempre, estaban relucientes y las papeleras vacías y las fachadas de las casas habían envejecido levemente sin perder su humildad.

Cuando por fin llegué a mi casa tomé aire antes de pulsar el timbre con mi dedo tembloroso. Era consciente de que me esperaba un ataque intensivo de besos y abrazos por parte de mi madre pero lo que más me inquietaba era la verdadera razón por la que estaba allí y es que, le tenía que decir a mia padres que su pequeño (Ya no tan pequeño) se iría de casa durante una larga temporada.

Poco después la puerta de la valla exterior se abrió y mientras caminaba hasta llegar a la puerta principal observé como una mano arrugada abría lentamente la puerta.

-¡Miriam!¿¡Me has traído la nata para las fresas!?

Por la voz debía de ser una anciana mujer con pinta de estar muy cabreada y enseguida supe de quién se trataba.

-Abuela, no me digas que mamá se niega a darte dulce de nuevo.

Dije con un tono vacilón y enseguida la mujer abrió la puerta de par en par. Era una señora de unos 70 años de edad, bajita, de pelo corto rizado y canoso que siempre vestía con pantalones de colores terrosos y jerseis muy coloridos.

-¡Eduardo!

La anciana usó toda su fuerza (que no era poca) para arrastrarme hasta su baja altura y plantarme dos enormes besos en las mejillas.

-¡Pero qué guapo estás!

-Veo que sigues igual de bien.

Mi abuela se rió escandalosamente y se echó a un lado para dejarme pasar.

-Tu abuela nunca envejece, eso es para idiotas.

Sonreí ante su comentario. No me la esperaba allí pero de todas formas siempre era muy agradable verla.

Dejé la mochila a los pies de la escalera que se encontraba cerca de la entrada y caminé por el pasillo central hasta el salón. Los muebles estaban colocados como siempre y ni siquiera el olor a ambientador de frutas había cambiado durante mi ausencia.

-¿Dónde están mis padres?

-Comprando mi nata. Ninguno de los dos se dignaba a darme dulce, ¿A caso no entienden que una vieja como yo necesita saborear la buena comida?

Los dos nos sentamos en el sofá blanco decorado con una humilde colcha rosa con flores amarillas.

-Creo que más bien lo hacen por tu diabetes.

Enamorado de un chico de compañía (Primera Parte)Where stories live. Discover now