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Esa a la que buscas; ya no está —contestó sin temblor aquella vocecita a la que se le había apresurado para madurar y Gail, ante la claridad de sus palabras; se entendió herida por obra de sus propias manos.

—Desearía... no imaginas cuánto desearía... regresarnos. —alcanzó a decir arrastrando aire entre latidos porque su presente la aplastaba.

Lágrima tras otra, el rostro deshecho en humedal, sin poder anular ni dejar ser el cariño que a borbotones le floreaba; Gail tuvo que aceptar que ya nada era ni sería lo que alguna vez fue porque, esquemática y de lengua cosida a la perfección: Moira Proust había cambiado tanto que ya ni siquiera poseía ternura en la voz.

A quien todos conocían y presenciaban como al mismísimo sol se apagaba porque algo de cuantiosa valía se le había fraccionado.

Desesperada, estando frente al árbol que había torcido, Gail ansió sacar aunque fuese un poquito de su enorme frustración e implorando sofocar dolor con más dolor, se mordió hasta sangrar. Sin quitar la mirada de su fruto corrompido; al cual nombró desde ese instante y para siempre "su primer gran error verdadero", cuando tuvo la saliva abarrotada de hierro y sal, quiso aullar igual que un animal que se sabe muerto.

Mas su grito no tuvo fuerza para romper la barrera de los dientes.
Nadie, además de su imposible, pudo escuchar cuando suplicó:

—¡Quisiera devolvernos al momento exacto en que me atreví a tocarnos!

—Así como yo no puedo recobrar lo que ya no tengo, vos tampoco puedes regresar el tiempo. —le recordó Moira sin ninguna otra intención que hacerla aterrizar.

Enfrascada en una situación en donde tenía la batuta y también la delantera, la contradicción chocaba en cada esquina del cerebro de Moira. Si se tratara de aprovechar para desquitarse una de tantas: ahí estaba la oportunidad y sin embargo, desde lo más profundo de su ser; las ganas ni siquiera se le asomaron.

«¿Por qué?» se preguntó y cuando halló la respuesta, no caviló en aceptar que Gail Hooper estaba en un plano físico muy distinto de donde yacía Olmos Larraín.

A él le debía, como mínimo, una disculpa por quizás haberse jodido la vida para lo que les restaba en su eternidad. A ella, por el contrario, no le debía nada y pese a las tantas veces que ésta le hubo maltratado, en pleno derecho para marcharse; eligió quedarse.

Aquel gesto, que no era ni por lástima ni consuelo, la enamorada quiso cosecharlo.

Tomando ese rostro delicado que desde siempre quedó pequeño entre sus manos, Gail intentó por todos los medios buscar un indicio de chispa para encenderse una velita en nombre de la esperanza.

«Sé que puedes quererme a mí de la misma forma en que yo te quiero» le decía sin usar la boca pero, por cada invitación a la probabilidad de un "sí, aquí estoy para vos" en más trozos se partía la antigua Moira.

Aterrada y sin obtener más que destrucción y polvo, Gail comprendió que debía detenerse. No había cinta, pegamento ni hilo con el cual hacerse para reparar el daño perpetrado en Moira y esa incapacidad humana de no lograr enmendar sus faltas como era lo requerido; la llevó a sentir un malestar de estómago enfermo pero, en vez de que le doliera el abdomen una presión en los costillares intentó matarle.

—No me es posible alterar el tiempo. No puedo... no puedo volver sobre mis pasos, pero vos... vos puedes... con vos yo puedo, yo quiero... Moira pídeme lo que quieras.

—Hooper: lo que me falta no puedes dármelo.

—¡¿Pero y q-qu-qué te hiciste?! —preguntó por preguntar.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora