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—¿Él ... está ... él ... se fue, verdad? —quiso saber con quebranto pendiendo de sus ojos y remanente desahogo temblando en su quijada; volvió a la realidad que le atañía y no pudiendo palpar su presencia, reconoció que él, se había marchado.


—Desde hace ratos, pero sé muy bien donde está —le contestó la persona en quien se hallaba refugiado y éste, con mucho cariño le acomodó los rizos de la melena.

Su corazón latía cálido y alegre, estaba feliz de saber que aquellos dos, se correspondían el uno al otro de formas convencionales y también alternas e independientemente de cómo terminarían al final ese par, él le abrazó tanto hasta apagarle el llanto.

Eran amigos y junto a él, había viajado en picada hasta el último recoveco de su alma y con él, de la mano, saldría de ese lugar en una sola pieza. Le entregó la calma necesaria para que recobrara el aliento. Cedió su paz en forma de consuelo y no pensaba soltarle hasta saberlo fortalecido.


Regresar, a Reuben Costa le tomó su tiempo y por eso, todavía refugiado en Darío Elba y despojándose de sí, crecido en espíritu y conciencia, renacido de su antiguo él por confesar desde el alma y a viva voz sus verdaderos sentimientos; ahora ya solo tenía ganas de amar.

Sintiéndose liviano como si pudiera abrazarse al aire y viajar con éste, quería ir en búsqueda de Leandro Hooper para cobijarlo con aquellas palabras recién profesas, pues él era dueño de cada una de ellas y tenía que vivirlas; él debía saberlas.

Lo único que quedó, en aquel abismo recién visitado, fue la inoperancia del corazón para admitir el amor.


—Dime, iré por él, quiero ir por él y decirle todo lo que merece saber —dijo después de separarse del pecho de su amigo y aceptar el pañuelo que le entregaba para que se enjugara la cara.

Probablemente, el surco de incontables lágrimas invadiéndole el rostro se notaría a kilómetros de distancia aún en la negritud de la noche, pero eso no le importaba. Su llanto era, entre otras cosas, una nimiedad de todo lo que necesitaba mostrar en público por esa persona por la que sentía mucho más que atracción física.

—Está adentro del club —contestó Darío y exhaló un suspiro sin dejar de verle a los ojos —Sabes que mi intención no era lastimarte, pediría tu perdón y diría "lo siento, me excedí", pero mentiría, pues no lo siento.

—Entiendo y tampoco aceptaría una disculpa si no hay ofensa, gracias Darío —repuso Reuben.

Estaba seguro que sin ese empujón que recibió para admitir sus sentires, habría tardado quien sabe cuantos años en dar ese primer paso.

—Quizás parezca majadería, pero tengo una última pregunta —añadió Darío, había prestado suma atención a la confesión de Reuben y por eso la insistencia —Dijiste que tienes miedo, mas no a qué, ¿puedes decirme a qué le temes?

—A que Leandro no sienta lo mismo por mí —contestó sin más y se quedó viendo a los ojos a Darío. Ese temor le hacía desacelerar sus pretensiones por el artista y quien estaba frente a él, era el presunto culpable —Desde que le conozco, he tenido que escuchar que el amor de su vida eres ...

—Yo soy el pasado de Hooper —respondió Darío de inmediato al darse cuenta del miedo de su amigo.

Según Leandro, era el de negros cabellos y mirada de azul grisáceo quien ocupaba su corazón y pensamientos desde los diez años, pero aquello había cambiado, Darío lo sentía y lo veía a diario, por eso continuó hablando —Vos: su presente y futuro, toma de su mano y no lo sueltes, que también se enamoró irrefrenablemente de ...

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora