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Darío Elba sintió que aquellas palabras le servían de combustible para correr y empezó a caminar a zancadas cada vez más largas y más rápidas, le hubiera gustado lavarse los oídos con alcohol para no haber escuchado aquello, prefería que se le quemaran y quedarse sordo que seguir con aquella tortura.

En una mano llevaba los quince sobres amarillos y la otra la había cerrado y hecho puño, tal era la fuerza con la que la apretaba que le dolían los dedos de tanta presión.

Iba a cruzarse el semáforo de la esquina pero éste le jugó la mala pasada de cambiar de rojo a verde y tuvo que aguantarse hasta el próximo intercambio de luces.

La pareja que había dejado atrás con facilidad, estaba de nuevo a sus espaldas.

Le hervía la sangre, el celular de nuevo lo salvó de aquel suplicio del que no hallaba salida.

¿Puedes?.

Si, voy para allá —contestó golpeando demasiado fuerte la pantalla con sus dedos.

No quiso llegar al parabús sino que se apresuró a solicitar un taxi allí mismo en el semáforo, por fortuna uno que estaba vacío lo recogió, se subió con prisa y dijo:

—Hágame el inmenso favor de sacarme de aquí.

Como si aquel chofer fuera un psíquico para leer con la mente la situación de su pasajero, arrancó sin demoras el sedán amarillo y cambiando el letrero a ocupado se alejó disimuladamente de aquel doloroso lugar.

Darío Elba se limitó a ver por el parabrisas trasero sólo para terminar de mutilarse el corazón:

Él llevaba su bolso y ella sonreía, tal y como Darío lo había intuido, si esos dos no eran novios oficialmente era porque no hacía falta decirlo.

Darío tuvo tiempo de sobra para enfriar su cabeza y ajustar sus pensamientos hasta ser aquella carismática y encantadora persona que realmente era.

Puso a un lado aquellos quince sobres amarillos, acomodó las palmas de sus manos sobre las rodillas no sin antes emitir un leve quejido de dolor por aquella donde había dejado marcadas sus propias uñas, relajó los hombros y cerró los ojos.

Hizo memoria de sus años colegio: antes de los dieciséis él había sucumbido ante el amor prematuro de una compañera dos años mayor que él.

Recordó cada beso fortuito en los pasillos que lo dejaba con esa "horrible" sensación de ser más leve que el mismísimo aire, aquellas miradas indiscretas, las exploraciones continuas de su mano en aquel glorioso cuerpo, las calenturas que lo enfermaban cada noche, los celos bestiales que conoció por culpa de ella y hasta la vez que tuvo mal de amores que coincidió también cuando descubrió su increíble tolerancia a la bebida.

Recordó que ella le había adiestrado el corazón y lo había hecho quién era hoy.

*

Darío Elba venía saliendo de las duchas del colegio luego de su entrenamiento en el cuadrilátero de boxeo del colegio.

Desde los cinco años le había gustado saltar en el ring, le gustaba esa euforia que sentía en cada puñetazo que salía de sus nudillos, tan bueno era que estaba invicto, agarrarse a golpes podía dejarle más de alguna marca en su bien cuidado rostro y por eso también se aseguraba de acabar en menos de cinco minutos de sus oponentes. Lo cual le había llevado en ese año de estudios a representar a su colegio en las finales.

Una chica morocha de piel acanelada se había apostado en la entrada de las regaderas y no le quitaba la vista de su bien formado cuerpo.

—Oye, niño, quiero hacerte hombre —le dijo ésta sin un ápice de pudor en ninguna sílaba.

¡Corre Nina, crece! ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora