Capitulo 26 -La escopeta de Jim.

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La escopeta de Jim

Llueve a cantaros afuera, al fin. Porque ha estado lloviendo torrencialmente desde hace seis horas continuas y parece un mal tiempo de los malos. Los contenes están llenos de agua y ya los niños se han cansado de jugar con el agua que cae del cielo y se encuentran dentro de sus casas con frío en los huesos.

Con el tiempo que Valeria tiene que no ve a La Sombra se debería esperar que esté bien. Pero no lo está, incluso todo duele más, es cuando te das cuentas de que tenías algo y lo perdiste. Y Dios, no puede dejar de pensar en él.

El cielo se despejó solo un poco y Valeria sonrió. En la casa todos estaban muriendo de hambre. La lluvia los había atrapado sin nada en la despensa y Claribel no dejó que Valeria saliera a mojarse para comprar comida, y si salía, de todas formas la comida que compraría se iba a mojar con la fuerte lluvia.

Valeria se mojó los labios con saliva para quitar la resequedad. Si duraba media hora más así el dolor de cabeza que tendría será el peor en semanas. Después ni la comida se lo iba a quitar.

Carlitos volvió a gritar, y Carol lo volvió a mandar a callar. Ellos dos tenían más hambre que Valeria y su mamá porque habían estado jugando las primeras tres horas que había empezado a llover debajo de la lluvia.

El estornudo de Carol sonó por toda la casa. Claribel apareció en el umbral del cuarto de los niños.

—Ya dejó de llover fuerte, ve y compra dos fundas de pan de agua, y mira a ver si hay mantequilla.

—¡Yo no quiero pan con mantequilla! —se quejó Carlitos.

—Aquí hay huevos y jamón —le respondió Claribel en voz baja.

Valeria se levantó y tomó el dinero de la mano de su mamá y después la sombrilla que estaba en su otra mano.

Mientras caminaba y trataba de no meterse en un charco, veía las calles vacías, ni siquiera las personas estaban en las galerías. Tal vez era porque la lluvia no había perdonado a nadie, o porque aún tenían miedo por la muerte de hace semanas. La gente suele pensar que cuando algo tan drástico ocurre, va a volver a ocurrir de nuevo, y por eso se recogen como si una gran mano los hubiese metido a su casa, incluso las doñas no salían a sentarse a la acera en las noches, y sin las guardianas, no había vida para la gente sana que le gustaba estar en la calle de noche.

Caminó las cinco cuadras que había que caminar para llegar a la panadería debajo de su pequeña sombrilla, así que cuando comenzó a caer un poco de lluvia su cabeza estaba cubierta pero su cuerpo no.

Cerró la sombrilla al entrar a la parte delantera del lugar que tenía un paraguas cubriendo toda la acera. Miró desde lejos y vio que la panadería estaba repleta de personas.

Después de casi media hora tratando de conseguir pan de agua, solo consiguió dos barras de pan francés. No había más. Cuando llueve las personas piensan que ocurrirá un cataclismo y que deben llenar sus despensas con toda la comida del mundo.

Se dio la vuelta guardando el menudo que le sobraba mientras agarraba la sombrilla y las dos barras de pan debajo de su brazo izquierdo.

Levantó la vista, él iba entrando con una gorra, una franela y unos jeans flojos con un par de calizos, como si el clima no estuviera lluvioso, como si el frío no fuera con él. Ella lo miró lo suficiente como para que él la notara, pero entonces ella no le dijo nada. Y él hizo como si no la viera y desvió su vista hacia el frente, pasándole por el lado como si fuera otra persona más y rozando intencionalmente su hombro con el hombro de ella.

Valeria volteó la cabeza pero él no lo hizo. Tragó saliva pero su boca estaba seca, así que sintió raro. Ahora su hombro quemaba. Recordó que había deseado que se muriera, respiró hondo mientras salía y cogía la misma brega para abrir la sombrilla y tratar de sostener los panes.

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