El silencio que le sigue a mis palabras es tenso y tirante.


—Sé que no puedo obligarte a actuar con sensatez, Tamara —David habla, al cabo de un largo rato—; pero, lo que sí puedo hacer, es advertirte... Yo no me ando nunca con juegos tontos ni amenazas al aire. Soy un hombre decidido. Uno que es capaz de hacer todo lo que esté en sus manos para cumplir sus objetivos —hace una pequeña pausa—. Y tú..., tus intenciones, están justo en medio. Así que, te recomiendo que tomes la oportunidad mientras la tienes. Te recomiendo que pienses bien la decisión que estás tomando; porque, Tamara, si decides desafiarme... Si decides continuar con este sinsentido, no voy a detenerme. No voy a parar. Aún, cuando accedas a alejarte de mi hijo. Aún, cuando te arrepientas más delante de lo que estás haciendo.

Esta vez, el nudo que tengo en la garganta está tan apretado, que no puedo hablar. Que no puedo hacer nada más que aferrar el teléfono contra mi oreja y apretar la mandíbula.

—Sé que tu padre tiene una deuda hipotecaria en el banco —continúa—. Sé que tu hermana y su marido están pagando la propiedad en la que viven y que los restaurantes de la familia de tu cuñado no están dejando muchas ganancias; todo eso sin contar la campaña de desprestigio que se ha iniciado contra ellos —hace una pausa para dejar que sus palabras se asienten en mis huesos. Entonces, sigue hablando—: Sé estás a punto de graduarte y que te mantienes del salario que tienes en Editorial Edén y de la beca que te dan mes a mes en la universidad... Sé que tú y tu familia tienen mucho que perder con todo esto; así que, por tu bien y por el de los tuyos, te aconsejo que lo pienses dos veces antes de arriesgarte a cometer una estupidez —lágrimas llenas de impotencia me nublan la vista—. Si quieres ir a decirle a Gael respecto a esta conversación, adelante, puedes hacerlo. Solo quiero que sepas, que, más que hacerle un bien, vas a terminar lapidándolo. Vas a terminar por conseguir que el barco a la deriva en el que anda, se hunda de una vez por todas. ¿Eso es lo que quieres? ¿Qué le retire todo mi apoyo a consecuencia de tus decisiones? ¿Tan egoísta eres, que serías capaz de sacrificarlo con tal de conseguir cinco minutos en su cama?...

El pánico me atenaza el pecho, pero no digo nada. No podría hacerlo aunque quisiera. El nudo que tengo en la garganta está tan apretado, que me impide producir cualquier sonido.

—Piénsalo, Tamara —dice David, ahora, en un tono más relajado y controlado—. Te llamaré de nuevo antes del próximo fin de semana, para que me des tu respuesta final al respecto. Que tengas buen día.

Entonces, sin darme tiempo de hacer nada, finaliza la llamada.

Mis párpados se cierran con fuerza en ese momento y un centenar de emociones se acumulan en mi pecho. Una decena de escenarios caóticos se dibujan en mi cabeza y, de pronto, me encuentro queriendo enterrar la cara en un agujero. Me encuentro queriendo desaparecer porque no sé qué es lo que haré ahora. No sé qué diablos se supone que tengo que hacer...

«Tienes que decírselo a Gael.» Susurra mi subconsciente, pero no quiero hacerlo. No cuando David lo tiene así de controlado. No cuando me aterra la posibilidad de que le haga algo a él también solo por mi culpa.


Mi teléfono celular vibra en mi mano una vez más y mi estómago cae en picada solo de pensar en la posibilidad de que sea David Avallone una vez más; sin embargo, cuando miro la pantalla y leo el nombre de Gael en ella, justo por encima del ícono de los mensajes, otra emoción se apodera de mí. Una más oscura. Una más desoladora y densa...

«¿Qué carajo voy a hacer ahora?...»



MAGNATE © ¡A la venta en Amazon!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora