—Lali —dice serio.

—¿Por qué me trajiste aquí?

—¿Tú que crees? —dice sarcástico.

Bufo, enfadada. —Ya sé porqué estamos aquí, lo que quiero saber es el por qué me trajiste.

—Va a ser lo mejor, Lali.

—¿Lo mejor para quién? —grito, pero a este punto mis nervios, han pasado a la furia, y no puedo evitarlo.

—Para todos.

—¿Por qué?

—Joder, Lali, porqué si —espeta—. ¿Vale?

Lo miro furiosa, mientras abro la puerta del coche, lista para irme. —¡Que te den! —no sé que le ha pasado, pero no necesito su actitud confusa en esos momentos. Estoy sola, asustada porqué sé a ciencia cierta que en cualquier momento David Espósito va a volver por mí, y lo que menos necesito en este momento es la actitud fría de Peter.

Estoy por abrir el portal del piso, pero unas manos agarran mi cintura. Ahogo un chillido ante la sorpresa, pero sé a quién pertenecen esas manos. —Lo siento —susurra en mi oído. Mi espalda está pegada a su pecho, así que no puedo verle la cara, pero me entra un escalofrío cuando noto su aliento cálido contra mi oreja—. Por favor, perdóname —me pide, mientras me da vuelta, y me ataca la boca con determinación—. Dime que me perdonas —dice contra mi boca.

Asiento, mientras busco su boca nuevamente, y la saboreo con delicia.

—Estoy muerto de miedo —me confiesa.

Aparto la cara para mirarlo a los ojos. Esas fosas verdes profundas. ¿Miedo? El Peter que yo conozco no le teme a nada. —¿Miedo a qué? —le pregunto.

—Miedo a que te pase algo —su dedo acaricia mi brazo lentamente, y se detiene a mi mano—. Miedo a quedarme sin ti —agarra mi mano con delicadeza y la pone sobre su pecho izquierdo. Encima de su corazón—. ¿Lo sientes palpitar? Sólo lo hace por ti.

El ruido fuerte un golpe detiene todo lo que iba a decir. Lo que iba a pasar. Peter se pone en alerta, y me guía detrás de su espalda, protegiéndome. Miramos alrededor, intentando averiguar de donde vienen los golpes, pero no se ve nada. Y no ayuda que sean las tres de la mañana y esté todo oscuro.

Peter agarra las llaves de mi bolsillo, y me da las suyas. —Toma, metete en el coche y no salgas para nada —susurra—. Y si ves algo raro, vete a toda pastilla, ¿de acuerdo?

—Peter, voy contigo —le digo, un poco más fuerte de lo que pretendía.

Refunfuña, pero asiente de mal humor. Sabe que no vale la pena discutir porqué lo voy a seguir quiera o no.

Sube los escalones de dos en dos, sin soltar mi mano, y yo me apuro lo más que puedo para seguirle el ritmo. Llegamos a la planta de mi piso, y todo el color se va de mi cara.

La puerta está abierta de par en par, y aunque no haya ruido proveniente de dentro, parece que haya habido una lucha interior. Está todo patas para arriba. Las luces siguen prendidas, y avanzamos lentamente por el apartamento mientras esquivamos vidrios rotos, muebles, objetos...

Las dos habitaciones también son un desastre, ya que todos los cajones, armarios, y todo lo que estaba en ellos está expandido por el suelo.

Cuando nos aseguramos de que no hay nadie en el apartamento, un suspiro de alivio se escapa de mi boca, pero mi preocupación aparece en un santiamén. —¿Dónde está Megan? —pregunto en un hilo de voz. Es muy extraño que a estas horas de la mañana ella no esté aquí. Voy a coger mi móvil, pero me doy cuenta de que no lo tengo conmigo. Ni el viejo, ni ese nuevo que me dio Peter. Lo dejé tirado en la cama del barco, olvidado. —Dame tu móvil —Peter me lo da sin rechistar, mientras inspecciona el lugar silenciosamente.

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