—¿Quieres ir a cenar algún lugar? Conozco un buen restaurante de pastas y vinos —propuso Ian.
—No, no tengo ánimos... por hoy estoy cansada de lugares opulentos.

—Quiero celebrar contigo, tu éxito, tu talento, tu belleza y presumir de tu compañía. No debes pasar por alto nada de ti. Te ves preciosa con ese vestido —añadió con una entonación picara.

—Haces que me dé vergüenza. Basta, basta, basta. —Lil se sonrojó—. Diría que te ves diferente, perosiempre vistes de traje. Ian siempre es un hombre elegante —dijo con una entonación bromista.

Lil miró directamente a los ojos de Ian, le encantaba la miel que tenía por ojos, y la seguridad que estos mostraban, algo que ella anhelaba.

—Eres muy bromista, me encanta eso de ti —guardó silencio un momento—. Hay algo que deseo hablar contigo a solas. ¿A dónde le gustaría ir mi musa?

—Vamos a tu departamento, cocina algo de nuevo para mí —pidió Lil con una alegre sonrisa plasmada en su rostro.

—Ya veo, te gustan los hombres que cocinan. Entonces no se diga nada más. Vamos a mi departamento, compraré comida y diré que la cociné yo.

—No, no me lo digas, rompes mis fantasías. —Hizo un ligero puchero.

No era la primera vez que Lil pasaba el tiempo en el departamento de Ian, cuando discutía con sus padres solía escapar y refugiarse en el hogar de él. Al inicio los padres de Lil se opusieron, pero con el tiempo aceptaron al misterioso hombre, con la condición de que su hija fuera más obediente y estudiara más sobre el arte de ser una bruja moderna en tiempos de crisis y cazadores.
La relación que mantenía Lil con Ian era algo incierta para ella, no poseía palabras para definir lo que eran. No obstante, se hubiera consumido y ahogado en tristeza sin la compañía de él.

Cuando entraron al departamento, Lil vio los muebles que derrochaban en opulencia, le parecía el lugar una elegante y reconfortante oficina. La luz amarillenta que emitían las lámparas de techo daba calidez al sobrio lugar. A Ian le gustaba el minimalismo y orden, algo que reflejaba perfectamente en su cómodo departamento. Lil retiró sus altos zapatos de tacones, le gustaba caminar descalza y sentir la madera del parqué. Ian se quitó su saco y lo dejó en un perchero cerca de la puerta, pasó a la cocina. Pensativo, buscó ingredientes en el refrigerador y alacena para preparar la cena. Le dio gusto encontrarse con sus vinos favoritos.

—¿Por qué te gusta venir tanto aquí? —preguntó Ian desde la cocina—. Mis vecinos mal interpretan tus visitas.

—Aquí no hay de esas cosas... fantasmas —susurró—, es como si hubiera algo que los ahuyentaran. Programé mi cerebro para ignorarlos, algunas veces los miro como algo normal. Son parte del mundo, pero no termino de acostumbrarme del todo —respondió.
Lil depositó las rosas regaladas por Ian en un jarrón que se encontraba en el vestíbulo del departamento, y feliz, las contempló por un rato.

—Sería interesante poderlos ver —dijo y sonrió con unos risueños ojos.

—Lo dudo. Eres arquitecto, si los vieras no te darían ganas de hacer planos de edificios y más. —Se cruzó de brazos y calló por un momento buscando las palabras exactas para expresarse—. Algunos fantasmas se paran en terrenos y se quedan fijos ahí, mirando con sus cuencas vacías a quienes pasan. Es como si cuidaran la tierra y maldijeran en su envidia a los vivos —contó Lil.
Caminó hacia el ventanal cercano al comedor y recorrió la cortina.

Ian vivía en un sexto piso de un elegante condominio. La vista del lugar eran cerros poblados de árboles. Debido a que no había hogares a la distancia, sobresalía el firmamento nocturno y ninguna luz artificial opacaba el brillo de las estrellas.

Pluvo: el aprendiz de una brujaWhere stories live. Discover now