Los primeros besos apestan

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—Que raro —dijo Sara con sarcasmo.

—Como sea, —habló Dawn —si vas a vivir en éste país, Heather. Será mejor que vayas a comprar unas pinzas— aconsejó.

—Vivo en este país desde que nací — les recordé molesta.

Y era verdad, mi madre había huido de su país junto a su familia y habían ingresado en Estados Unidos como inmigrante ilegales. Años después mi madre conoce a mi padre en New York, se enamoran, se casan y tienen un bebé (yo). Supongo que se lo podría considerar como un final feliz si no fuera por el hecho de mi madre murió en el parto, y yo me crié sola con mi papá.

Dejando de lado mi tragedia personal, de la que preferiría no hablar, las chicas exageraban, si no fuera porque se la pasaban mencionándolo, olvidaría que soy latina. No es que trate de negar mis raíces o me parezcan algo malo, simplemente había sido criada en Estados Unidos como cualquier niña estadounidense "normal", y cuando mi familia materna fue deportada, perdí a las únicas personas que podrían haberme enseñado algo del lugar de donde era mi madre. Claro que cuando venían de visita ellos me contaban historias y me hacían probar la comida típica, pero no era lo mismo. Además, debido a su estadía en el país la mayor parte de la familia de mi madre hablaba perfectamente inglés, así que las únicas palabras en español que conocía eran las que mi abuela le gritaba, cuando estaba conduciendo, a los otros conductores que infringían una ley de tránsito. Y mi padre me pedía no repetirlas, algo ridículo considerando que tenía quince años, ya conocía las groserías (ahora en dos idiomas), también sabía lo que era el sexo y ya había pasado por mi primera menstruación, así que papá debería dejar de tratarme como a una niña.

—Entonces demuéstralo — demandó Dawn.

—Dawn tiene razón. —intervino Sara —Tienes que esforzarte un poco más.

En cualquier momento iba a gritar de exasperación. Hablo en serio cuando digo que no sabía de donde habían sacado estas tres que la adolescente americana debía ser una copia barata de Barbie.

¡Mi apariencia les preocupaba más a ellas que a mí!

—¿De que otra forma, sino, vas a conseguir novio? —prosiguió.

Esto es una maldita broma. Ni mi abuela hacia esas preguntas. Pero ya saben lo que dicen: a falta de una abuela retrograda y estereotipada, se tiene una Gretchen, una Sara y una Dawn.

—Tal vez ella no quiera tener novio. — comentó Gretchen— Tal vez prefiera tener novia.

Las tres posaron sus ojos sobre mí al mismo tiempo.

—¿Es eso? —preguntó Sara— ¿Te gustan las chicas, Heather?

—Porque si te gustan las chicas podemos ayudarte a buscar una novia, muchas personas salen del closet hoy en día —aportó Dawn.

Estaba dividida por dos emociones. Por un lado quería enojarme con ellas, quería mandar a la mierda todos sus prejuicios y poner fin de una vez a esta "amistad", porque sabía que no era bueno para mí que ellas formen parte de mi vida. Pero por otro lado, quería largarme a llorar y suplicarles que dejen de mirarme como si hubiera algo malo en mí, que traten de entender que simplemente nadie llamaba mi atención y volver a los días en los que sí nos llevábamos bien y ellas no pasaban las veinticuatro horas del día haciéndome sentir menos. Pensamientos como estos surcaban por mi cabeza todo el tiempo, pero sabía que nunca iban a ser manifestados en voz alta, porque yo no era tan valiente, era imposible que en algún momento de mi vida me atreva a plantarme ante ellas, ni siquiera era capaz de recordar las veces en las que estuve a punto de gritarles unas cuantas verdades en la cara y en su lugar cumplí unos de sus tantos caprichos.

Percabeth entre mortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora